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Actualizado: 2 de julio de 2025
¡Oh, valiente y noble joven! dijo la reina : Dios nos lo ha enviado. Clara, sin él, ¿qué hubiera sido de mí? Dios, señora, jamás abandona á los que obran la virtud, creen en él y le adoran. ¡Oh, mandaré hacer en cuanto tenga dinero para ello, una fiesta solemne á Nuestra Señora de Atocha y la regalaré un manto de oro! ¡Oh, bendita madre mía, si yo no tuviera estas cartas en mi poder!
Pasaba un señorón con un manto largo adornado de plumas, y su secretario al lado, que le iba desdoblando el libro acabado de pintar, con todas las figuras y signos del lado de adentro, para que al cerrarse no quedara lo escrito de la parte de los dobleces.
Pero, visto desde la cumbre, el inmenso panorama de los campos, lo hermoso, en su conjunto con las ciudades, los pueblos y las casas aisladas que surgen de cuando en cuando en aquella extensión á la luz que las baña, fúndense las manchas con cuanto las rodea en un todo armonioso, el aire extiende sobre toda la llanura su manto azul pálido.
Las damas de los balcones, excitadas por tanto vocerío, mareadas y nerviosas, gritaban también con alegría loca, arrojaban puñados de papelillos de colores, cubriendo la calle y la muchedumbre de un manto irisado. Algunos jóvenes respondían á esta graciosa agresión lanzándoles, con jeringas de goma, chorritos de agua perfumada.
Y dešÿ lo ovieron ešcarnecido, dešnudaronle el manto, y veštieronlo de šus veštidos, y llevaronlo para crucificarlo. Y šaliëdo, hallarõ
Yo no exclamé con espanto, deseando alejarme de allí. Doña María se acercó al cuerpo y lo examinó. Una venda dijo uno. Doña María arrojó un pañuelo sobre el cuerpo, y quitándose luego un chal negro que bajo el manto traía, hízolo jirones y lo tiró sobre la arena.
Entró por fin en casa. Enteramente trastornada, andaba como una máquina. No había nadie más que Papitos, a quien vio, mas no le dijo nada. Encerrose en su alcoba, tiró el manto y se echó en el sofá, dando un rugido. Después de revolcarse como las fieras heridas, se puso boca abajo, oprimiendo el vientre contra los muelles del sofá, y clavando los dedos en un cojín.
Saludemos, pues, al altísimo poeta con las mismas palabras con que saludaba a Fausto la profetisa Manto: Den lieb' ich, der Unmögliches begchrt! Yo amo a aquel que desea lo imposible. Fausto, en este sentido, esto es, la sombra de Fausto, su idea, que Goethe lleva en sí, vuelve del seno de las Madres.
Además, el semblante de aquella mujer, su palidez, su mirada, su estremecimiento, revelaban que el éxtasis comenzaba a inundarla el corazón. Terminada la lectura, la sarracena se puso en pie y encaminose lentamente a coger otro manto.
La marquesa, alta, delgada, vestida con un manto negro hasta los pies, parecía un fantasma. ¿No me esperaban ustedes, verdad? dijo con voz enronquecida, extraña, que jamás le habían oído . Sin embargo, yo les aguardaba a ustedes desde hace muchos días; les aguardaba con impaciencia. Los vecinos de la calle pueden dar testimonio de ello.
Palabra del Dia
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