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Cansada yo de negársela, sin conseguir que desista, que me respete, que forme de la opinión que debe y que me trate como se trata a una mujer honrada, he accedido a la cita para que venga y vea y sepa quién soy, y para tratarle como merece. ¡Animas benditas! exclamó doña Inés, poniéndose las manos en la cabeza . no sabes lo que has hecho. Eso es aventuradísimo.

El otro fue a imitarle; pero ambos se detuvieron, sorprendidos, deslizándose luego peñón abajo... Había un herido. Maltrana se encorvaba con un pie entre ambas manos. Gómez pretendía sostenerlo; los padrinos corrían hacia él.

Uniendo con la imaginación en el mismo cuadro a las dos bellas imágenes, las veía cogidas de las manos, y salirle al encuentro radiantes. La ausente había sacado del sepulcro a la muerta, los dos fantasmas vivían la misma vida sobrehumana, intangible.

Mientras tanto, el secreto de Su Eminencia, inscripto en la cifra secreta usada por el Vaticano en el siglo XVII, pasó, según parece, de las manos de Poldo Pensi a las de Burton Blair, su compañero de mar e íntimo amigo. Hace unos cinco años, más o menos, que yo supe esto por primera vez.

Encerrado como un crustáceo en este caparazón de corcho, manteníase lejos de la mesa a causa del volumen de su envoltura, teniendo que realizar todo un viaje cada vez que sus manos iban de los platos a la boca. Un asombro burlesco le había saludado con ruidosa ovación, y satisfecho de tal triunfo, aguantaba el martirio, siendo el primero en admirar su prodigiosa inventiva.

Se saludaron alegremente con un cordial apretón de manos. No entremos en casa dijo Reynoso . Clara anda por ahí cazando y Elena se está vistiendo. Vamos a la glorieta a descansar y tomaremos una copa de vermut o de cerveza, lo que quieras.

Encerró en su abultada diestra las dos manos de ella, y pasando el otro brazo por su talle, la fué dirigiendo poco á poco hacia la salida del salón. Crea en Dios añadió . ¿Por qué busca al capitán, que tiene allá en su tierra á su mujer propia?... Otros hombres existen que están libres, y puede usted entenderse con ellos sin caer en pecado mortal. Freya no le escuchaba.

El abogado suspiró, limpió lentamente sus anteojos, y observó: Tendrá en sus manos la administración de todo, y, por lo tanto, será difícil saber lo que desaparece, o cuánto guarda en su bolsillo. Pero, ¿qué motivo pudo tener Blair, o qué se posesionó de él, para haber dictado semejante cláusula? ¿Usted no le hizo notar la locura que cometía? , se lo hice notar. ¿Y qué le dijo?

A menudo dos manos, una de hembra y otra de varón, buscaban en el mismo agujero el cachipote; los que corrían se atropellaban, y la verdad histórica exige que se declare, por más que parezca inverosímil, que muy a menudo aquellos chicos que corrían como locos todos juntos por la estrecha galería, huyendo del látigo, caían al suelo en confuso montón, mientras el zurriago les medía las espaldas.

¡Vos me conocéis!... exclamó la Dorotea más que eso... Vos conocéis á mis padres... ó los habéis conocido... Mi madre se llamaba Margarita. Es verdad. ¿Y dónde está mi madre? preguntó juntando sus manos y con voz anhelante Dorotea. ¡En el cielo! contestó con voz ronca el bufón. ¡Ah! exclamó la Dorotea. Y dejó caer la cabeza, y guardó por algunos segundos silencio.