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La poca tropa que alli habia salió el 25 de Agosto para Maturin; y en la escuadrilla que mandaba Bianchi, Mariño y Bolívar se hicieron á la veja con rumbo á la Margarita, pues el Libertador tenia que poner á salvo el gran tesoro que el alto clero de Carácas habia colocado en sus manos para atender á las necesidades de la República.

Y el invitado se confundía al verlo sobre la mesa, creyendo que esta ave, nutrida con alfalfa, era un corderillo asado. La abundancia que rodeaba al tal español le permitía ser tolerante con la miseria ajena y perdonar el robo. No podía transigir con Manos Duras y otros aficionados al cuatrerismo, porque se llevaban los animales enteros.

Godofredo, tapándose la cara con las manos, lloraba amargamente. La compasión se apoderó entonces de unos y de otros. ¿A qué conducía aquella discusión? El que tuviese la desgracia de no creer, que se lo callase. De todos modos, herir sin necesidad las almas timoratas, como la de aquel pobre muchacho, era poco caritativo y además una falta de consideración.

Y al terminar sus obras de caridad, lavadas sus hermosas manos, enjutos sus ojos de las lágrimas vertidas por males ajenos, cambiando su vestido de seda gris por otro elegante y sencillo, volvía otra vez entre la sociedad, suelto el espíritu, abierto el corazón, con la graciosa expresión de la dama discreta y sociable, animando las conversaciones, expansionando el corazón ajeno, llevándose con su serenidad las penas y sinsabores de las almas, como se lleva el viento tibio de la primavera entre sus torbellinos, las hojas secas de la noche para dejar en libertad de abrirse a los botones de las nuevas flores.

Guardo estas flores porque tienen para el mérito de venir de sus manos; pero yo no sabría llevarlas con gracia en mi boutonnière, como sus elegantes amigos; estaría ridículo. ¿Por qué? interrogó María Teresa simulando no comprender. Son ideas que usted se hace; déjeme colocarle las flores...

En esos tesoros hace muchos siglos que faltaban dos inestimables joyas, que andaban todavía en manos de los hombres; la una era la mesa de Salomón, hecha de una sola esmeralda, y la otra, y más preciosa, que era el collar de perlas, que, conservado en tu ilustre familia, lo llevaba ayer en su cuello de cisne por regalo de boda la bellísima Híala, que en sueño profundo se encuentra recostada en ese riquísimo lecho.

Gerardo parecía presa de un violento combate; lloraba, retorcíase las manos, y en fin, cayendo de rodillas a los pies del lecho de Juanita, exclamó: Me ha vencido usted... no le puedo negar nada... ¡Aunque él deba maldecirme todavía; aunque deba matarme esta vez, volverá usted a verle, señora... , volverá usted a verle!

11 ¿Me entregarán los señores de Keila en sus manos? ¿Descenderá Saúl, como tu siervo tiene oído? SE

¡Oh, Ra-Ra! dijo con voz tenue . ¡Cómo deseaba verte! Adivinando los propósitos de su visitante, lo puso sobre la palma de su mano derecha, elevándole después hasta su rostro. Ra-Ra se tendió sobre esta meseta de carne y hueso, y apoyando su cara en ambas manos, habló al Gentleman-Montaña: Popito le avisó á usted hace días que algunos de estos hombres que le rodean proyectan asesinarlo.

A pesar de tales protestas tomó las dos manos de Moreno entre las suyas y aproximó su cara á la de él, envolviéndole en el nimbo perfumado de su carne tentadora, al mismo tiempo que decía con entusiasmo: ¡Qué gran corazón el suyo!... ¿Cómo probarle mi gratitud por su ofrecimiento?