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Actualizado: 19 de mayo de 2025
El doctor Le Bris había cambiado de enfermo y se dedicaba a curar el cerebro de su amigo y a desarraigar las ilusiones obstinadas que el conde guardaba sobre su amante. Desató implacablemente la tupida venda que el pobre hombre se había dejado colocar sobre los ojos. Le contó detalladamente todo lo que sabía del pasado de aquella mujer; le hizo ver que era ambiciosa, avariciosa, ladina y malvada.
Doña Luz, al oír esta malvada voz, que era sin duda voz del infierno, tenía miedo a que le pesara de que el amor del P. Enrique y sus celos y su desesperación fuesen ilusorios. Por dicha, doña Luz era buena, y era además enérgica y briosa de voluntad, y pronto imponía silencio a la voz y apaciguaba en su pecho la turbación y alboroto que la voz causaba.
Vamos a buscar a don Braulio por todas partes dijo ; Dios querrá que demos con él. Doña Beatriz le quiere: es incapaz de faltarle. Yo le convenceré de la inocencia de doña Beatriz. ¿Quién será el autor del infame anónimo? Alguna malvada mujer. ¡Dios mío! ¡Qué horror! No me lo perdonaré nunca si ocurre alguna desgracia.
Bajo la capa de amigo y favorecedor médico, había constantemente á su lado un secreto enemigo que se aprovechaba de las oportunidades que así se le presentasen para tocar, con malvada intención, todos los resortes de la naturaleza delicada del Sr. Dimmesdale.
Quería yo evitar de todo punto un ruidoso procedimiento judicial, para arrancar a Amparo del dominio de aquella malvada, y cuando el comisario me hubo escuchado, me dijo: Pues es muy sencillo de hacer lo que usted desea; pero no deja de ser comprometido. Comprendo; ¿se trata?... De un abuso de autoridad. Pero cuando se abusa de la autoridad para el bien...
Con frecuencia, echábale en cara su falta de religiosidad; le oía con sonrisa de lástima, hablar de sus entusiasmos científicos, pensando en los fragmentos de sermón que había escuchado contra aquella ciencia malvada y perturbadora. Las otras dos mujeres de la familia no le herían menos en sus ilusiones. ¡Estaba solo! Más solo que cuando vivía en París, en su cuartucho de estudiante.
Tú eres un espíritu superior, y ciertas preocupaciones no te conmueven. No dudes de que ha muerto. Vi su cadáver en una mesa de la clase de disección. ¡Ah, la Suerte! La diosa malvada y caprichosa!... ¡Hasta el último momento jugueteaba con él! Terminaba el invierno. La tarde parecía de primavera, con su cielo azul y límpido y su sol de dulce tibieza.
¿De qué modo estaban colocadas las cartas, encima, muy á la vista? ¿Cómo lo sabe usted? ¡Desdichado! ¿Es difícil de adivinar? Es esa malvada Clementina la que ha dado el golpe. ¡Padrino! Es capaz hasta de haber falsificado las cartas. Pero, ¿con qué objeto? Con el de producir un disturbio entre tu mujer y tú.
Al preocuparse con la suerte de esos pobres huérfanos, al buscar con afán los medios de que vivan, obedece usted inconscientemente las órdenes de esa fuerza malvada. Cuando no le basta el atractivo del placer para la conservación de la vida, apela al sentimiento de compasión que ha puesto dentro de nosotros.
Aquel libro está impreso con permiso del Arzobispo, ¡abá! Julî, impaciente y deseando cortar la conversacion, suplicó á la devota que fuese si gustaba, pero el señor Juez observó eructando que las súplicas de una cara joven mueven más que las de una vieja, que el cielo derramaba su rocío sobre las flores frescas en más abundancia que sobre las secas. La metáfora resultaba hermosamente malvada.
Palabra del Dia
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