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Actualizado: 7 de junio de 2025
Sí, hasta ahora; pero ¿quién responde? Tantas veces va el cántaro a la fuente.... Don Fortunato es una malva, corriente; no es un Obispo, es un borrego, pero.... ¡Le tengo en un puño! Ya lo sé, y yo en otro; pero ya sabes que es ciego cuando se empeña en una cosa; y si Su Ilustrísima polichinela da otra vez en la manía de que pueden decir verdad los que te calumnian, estás perdido.
Aunaba, al candor de Carlos Dickens, la precisión de Víctor Hugo. Odiaba el estilo misoneico y la poesía macróstica. Admiraba más a Martos que a Castelar. Para sus compañeros y admiradores era inofensivo como la malva; para sus enemigos, venenoso como el quedec. Polígloto, enciclopédico, polílogo.
Sí... ahora miran al techo... Bien sabe que estamos aquí. Y a D. Francisco también le veo, allí... junto al mayordomo de semana. A su lado mi mamá... ¡Qué hermosa está la marquesa con su falda de color malva y su manto!... ¡Ah!, doña Tula, doña Tula... si mirara para arriba, si nos viera... Aquí estamos...
Calculaba él, con aquella frivolidad afectada y natural al mismo tiempo de materialista práctico, calculaba que allá para el invierno él se sentiría fuerte como un roble y la Regenta estaría suave y dócil como una malva. Además, una barbaridad podía, si no echarlo todo a perder, retrasar las cosas, darles un giro menos picante y sabroso que el que llevaban.
El famoso vestido nuevo que había motivado el retraso de Camila Liénard era negro y guarnecido con cintas malva; Delaberge, acostumbrado a los refinamientos de la elegancia parisiense, hubo de confesarse que la modista hubiera podido emplear mejor el tiempo. El cuerpo, que era de satén, no favorecía mucho al talle de la dama, el cual parecía no obstante bien contorneado.
274 Por suerte en aquel momento venía coloriando el alba y yo dije: si me salva la virgen en este apuro, en adelante le juro ser más güeno que una malva. 275 Pegué un brinco y entre todos sin miedo me entreveré; hecho ovillo me quedé y ya me cargó una yunta, y por el suelo la punta de mi facón les jugué.
Sí; lo que es por quejarte no quedará... Doña Bárbara entró diciendo con autoridad: «A la cama, niño, a la cama. Ya es de noche y te enfriarás en ese sillón». Bueno, mamá; a la cama me voy. Si yo no chisto, si no hago más que obedecer a mis tiranas... Si soy una malva. Blas, Blas..., ¿pero dónde se mete este condenado hombre? María Santísima, lo que bregaron para acostarle.
Conocía muy bien la criada este fácil girar de los pensamientos y la voluntad de su señora, a quien comparaba con una veleta; y sin tomar a pecho sus displicencias y raptos de ira, esperaba que cambiase el viento. En efecto, este variaba de improviso, rolando al cuadrante bueno; y si en un momento la malva se había convertido en cardo, en otro momento tornaba a su primera condición.
Era una pólvora aquella criatura; buenísima en el fondo, con un corazón de cordera, pero arrebatada como pocas. Dejándola serenarse, incapaz de hacer daño a una hormiga, pero en un instante de cólera Dios sabe adónde podía llegar... Por supuesto añadió con un guiño malicioso que tiene a quien parecerse; porque usted, señor Ángel, que ordinariamente es una malva, ¡tiene un modo de dispararse!
Era la esposa del propietario, rubia, con ojos negros; poseía un cutis nacarado. Su talle esbelto lo ocultaba un espléndido salto de cama. ¿Para qué necesito yo salir al campo de madrugada, si el campo viene a mi cuarto...? Hueles a mejorana... hueles a romero... hueles a malva rosa decía colgada a su cuello como una niña mimosa.
Palabra del Dia
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