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Actualizado: 10 de mayo de 2025
¿Vuestra majestad me despide de su servicio? dijo, sobreponiendo su orgullo á su turbación, la camarera mayor. Creo, Dios me perdone, que os atrevéis á reconvenirme porque os reprendo. Yo... señora... Me he cansado ya de sufrir, y empiezo á mandar. Continuaréis en mi servicio, pero para obedecerme, ¿lo entendéis? Señora... mi lealtad...
El cocinero mayor le miró de una manera que quería decir: Yo no he tenido parte en ese crimen. ¿Y decís... que su majestad está buena? preguntó al cocinero mayor. Sí; sí, señor contestó Montiño ; y el padre Aliaga también... acabo de hablar con él... y está bueno, y tiene buen color... y eso que el padre Aliaga almorzaba con su majestad la reina. ¿Es decir, que no han comido de la perdiz?...
Despues, la noche vino con sus sombras, su misterio y su solemne majestad, y á todos esos ruidos de la tarde sucedió el silencio de una soledad imponente.
¡Cómo, señor! ¿pesa á vuestra majestad haberme encontrado? No me pesaría si no fuéseis tan amiga de Lerma, ó si Lerma no creyera que la reina le quiere mal, aunque en ese caso, para nada necesitaba yo de pasadizos. Pero, señor, para mí, vuestra majestad, después de Dios, es lo primero. Sí, sí, lo creo... pero... estoy seguro de que... me opondréis dificultades. ¡Dificultades! ¡á qué!
Y ella, la soberana, los contemplaba desnuda desde su movible trono, coronada de perlas y estrellas fosforescentes extraídas del fondo de sus dominios, blanca como la nube, blanca como la vela, blanca como la espuma, sin más alteración en su alba majestad que un rubor de rosa húmedo, igual al barniz de las caracolas, que coloreaba su boca y sus calcañares, el pétalo final de sus pechos y el botón convexo de su vientre, mar de nacarada tersura, en el que se borraban las huellas de la maternidad con la misma rapidez que los círculos en el agua azul.
Y declaro como fiel y obediente vasallo de Su Majestad Imperial el señor Carlos V, por quien derramaré desinteresadamente hasta la primera gota de mi sangre, que no sigo en el partido si Su Majestad no lo firma. Mal pudiera oponerse la Junta a tanta generosidad.
Probadla; id y anunciad á su majestad... vos... vos misma en persona, que le espero. Perdóneme vuestra majestad; el duque de Lerma acaba de llegar á palacio y está en estos momentos despachando con el rey.
Sólo que vuestra majestad ha elegido un instrumento que le ha hecho traición.
Pez y Rosalía se suponían destacados elegantemente sobre aquel fondo de balaustradas, molduras, archivoltas y jarrones, suposición que, sin pensarlo, les compelía a armonizar su apostura y aun su paso con la majestad de la escena.
Daba vueltas el duque á la carta y la leía y volvía á releer una y otra vez, como si dudara de sus ojos, y siempre leía la misma cosa: «Su majestad el rey ha venido á mí por un pasadizo secreto, y me he visto en un grande apuro.»
Palabra del Dia
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