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Actualizado: 6 de julio de 2025
Arrodillada junto a una de las celosías vio una joven pálida con hábito del Carmen. No era una señorita; debía de ser una doncella de servicio, una costurera, o cosa así, pensó el Magistral.
¿Cómo a techo?... Sí, Fermín, no se asuste usted. A techo... en la casa del leñador que usted no conoce; es una cabaña rústica, que el Marqués se hizo construir con cañas y césped allá arriba, en lo más espeso del monte.... El Magistral no quiso oír más. Salió con un paraguas bajo el brazo y dejó caer el otro a los pies de don Víctor.
Por lo demás, así en esta última comedia como en la posterior á ésta, Los celos infundados, demostró el poeta dotes cómicas sobresalientes, conocimiento profundo del corazón humano y de sus debilidades, fecunda inventiva en sus situaciones cómicas, habilidad é ingenio en la traza de la forma dramática, y, sobre todo, manejo magistral de la lengua.
El Magistral se cogió a la pared y al hombro de su madre para tenerse en pie. En su despacho se sentó un momento. ¿Mandamos por un coche?... Sí, es claro; ya debía estar hecho eso. A Benito, aquí en la esquina.... Entró Teresa. Esta carta para el señorito. Doña Paula la tomó, no conoció la letra del sobre. Fermín sí; era la de Ana, desfigurada, obra de una mano temblorosa....
Notaba el Magistral que su poder se tambaleaba, que el esfuerzo de tantos y tantos miserables servía para minarle el terreno.... En muchas casas empezaba a notar cierta reserva; dejaron de confesar con él algunas señoras de liberales, y el mismo Fortunato, el Obispo, a quien tenía De Pas en un puño, se atrevía a mirarle con ojos fríos y llenos de preguntas que entraban por las pupilas del Magistral como puntas de acero.
Después dobló la cabeza y parte del cuerpo ante los de Palomares que le fueron presentados por el sabio. El señor don Fermín de Pas, Magistral y provisor de la diócesis.... ¡Oh! ¡oh! ¡ya! ¡ya! exclamó Infanzón que hacía mucho admiraba de lejos al señor Magistral.
Llamaba los chicos a los que habían salido al bosque. ¡Es verdad! ¿Qué era de ellos? Hay que buscarlos.... Se van a poner perdidos exclamó Quintanar, acordándose de su mujer, lleno de remordimientos por no haberlo dicho antes. El Magistral no pensaba en otra cosa, pero callaba.
Aquella mirada la resistían pocos; a unos les daba miedo, a otros asco; pero cuando algún audaz la sufría, el Magistral la humillaba cubriéndola con el telón carnoso de unos párpados anchos, gruesos, insignificantes, como es siempre la carne informe.
Otros le seguían por interés, muchos por miedo; don Cayetano, incapaz de temer a nadie, le servía y le amaba porque, según él, era el único hombre superior de la catedral. El Obispo era un bendito, Glocester un taimado con más malicia que talento; el Magistral un sabio, un literato, un orador, un hombre de gobierno, y lo que valía más que todo, en su concepto, un hombre de mundo.
»¡Vetusta, Vetusta encerraba aquel tesoro! ¿Cómo no sería Obispo el Magistral? ¡Quién sabe! ¿Por qué era ella, aunque digna de otro mundo, nada más que una señora ex-regenta de Vetusta? El lugar de la escena era lo de menos; la variedad, la hermosura estaba en las almas.
Palabra del Dia
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