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Actualizado: 2 de octubre de 2025
A Fernando se le conocía muy poco; decían de él que era bravo marino y que poseía rasgos de nobleza y bondad como el señor de Luzmela.
Llegando a la sala, la mujer y la niña fueron derechas al sillón, y mientras Carmen se inclinaba devota a besar las manos del enfermo decíale Rita acongojada: ¿Se siente mal? Sin responder a esto, el de Luzmela preguntó a su vez, mirando a la vieja: Oye, ¿a ti qué te parece de mi hermana: es buena?
Como todas sus atribuciones sobre la pequeña eran morales y secretas, Salvador no se atrevía a significarse visitándola demasiado y se limitaba a verla con toda la frecuencia posible dentro de una prudencia conveniente. Antes que la niña partiese de Luzmela pudo él abrazarla y prometerla toda su fortuna y su desvelo.
Exactamente, chico, al Abra de la Gracia, que diríamos los españoles traduciendo.... ¡Pero qué encuentro más original!... Yo te hacía en Luzmela. Y yo a ti en Rucanto. Mi viaje ha sido imprevisto. El mío también. Asuntos profesionales, ¿eh?; empeños arduos y piadosos de ciencia y humanidad, ¿no? Sí..., cosas de humanidad...; y a ti, ¿qué te trae por estos mares?
Salvador participaba en la casona de la aversión que allí sentían por la niña de Luzmela; no en vano era otro heredero de don Manuel de la Torre.
Cayó en la habitación el manto de la noche sin estrellas ni luna, y el listón desprendido de la cornisa golpeó en el cristal con lento soniquete.... En el palacio de Luzmela anidaban el dolor y la zozobra, en ayuntamiento infeliz.
Hablaron en voz baja, con las miradas confundidas y los corazones agitados. Hacían una pareja encantadora. Mientras tanto, Salvador, acompañando a doña Rebeca, iba gustando una cruel amargura insoportable. Carmen no le parecía la misma. No era su hermanita de Luzmela ni su protegida de Rucanto.
El de Luzmela vió cómo se agitaba en este anhelo la vanidad del joven; vaciló un momento, y luego dijo con firmeza: Ya sabes que ésta no es hora de mentir. Salvador: tu padre era un campesino de origen humilde lo mismo que tu madre. Y, ¿vive? Emigró, y ya no se supo más de él. ¿Era soltero? Lo era. ¿Y jamás consintió...? ¿En reparar su delito?... ¡Nunca!... ¿No te digo que nada le debes?
Y don Manuel, alzándose del sillón, estrechó al muchacho en un abrazo ardiente, y teniéndole así, preso y acariciado, dijo con solemnidad: Doy por recibido tu juramento, y le pongo este sello de nuestro cariño. Quiso salvador confirmar: yo juro; pero el de Luzmela le tapó la boca con su descarnada mano. Está jurado, hijo mío; ven y siéntate otra vez a mi lado; no me sostienen las piernas.
El espectáculo, apenas entrevisto, de la gran capital le dió aquella vez la impresión de una inmensa sonrisa fría y galante; tal vez la sonrisa de Fernando, diciéndole: Este beso para la niña de Luzmela....
Palabra del Dia
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