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Actualizado: 2 de octubre de 2025


Doña Rebeca y su hija andaban atarantadas con esta pesadilla, y una animadversión latente las separaba más cada día de la dulce niña de Luzmela.... Ya hacía muchos meses que la sobrina de don Manuel había quitado el luto, y todavía Carmencita andaba vestida de negro, con resoba dos trajes.

Yo pensé: llevando guita abundante, puedo distraerme un poco...; olvidaré sin dolor a la niña de Luzmela y a Rosa la del Molino...; ¿y no es también de justicia que yo pruebe el dinero de tío Manuel? Claro que dijo Salvador distraído. Pues aquí me tienes, médico, caminito de París...; ¿y ?

Con una facilidad asombrosa acomodóse Carmencita a la vida sedante y fría de Luzmela. Su naturaleza robusta y bien equilibrada no sufrió alteración ninguna en aquel ambiente de letal quietud que se respiraba en el palacio; ella lo observaba todo con sus garzos ojos profundos, y se identificaba suavemente con aquella paz y aquellas tristezas de la vieja casa señorial.

Se enderezó el de Luzmela conmovido y le blanqueó intensamente la faz cetrina. Oye bien, Salvador...: voy a dejar sola en el mundo a Carmen, y Carmen es mi hija; tiene apenas trece años la inocente, y quedará en la vida sin sombra y sin nombre....

El de Luzmela volvió a recostarse en el sillón, cerró de nuevo los ojos y cruzó otra vez las manos murmurando: Siga, siga la lectura, don Juan, y dispensen. Don Juan leyó otro ratito; él y don Pedro se miraban mucho aquella noche, y, más temprano que de costumbre, se despidieron. Encontraron en el corredor a Rita, que subía con Carmen de la mano, y le dijeron: El amo está peor, ¿eh? ¿Peor?

Cuidábase poco de su madre y de su hermana, sin preocuparse de merecer su beneplácito. Desde la primera mirada, vió cómo ellas aborrecían a la niña de Luzmela, y, sin protestar de esta monstruosidad, él se puso a quererla, porque le pareció digna de cariño.

Pero Luzmela se había hundido en la espesura sombría de la tarde. Sólo en algunos momentos, entre la niebla jironada, aparecía austero y lejano el perfil de la torre señorial. Entonces Carmencita se enjugaba los ojos con presteza y miraba, miraba toda anhelante.

Quiero ser su providencia y su amparo más allá de la muerte, sin que mi nombre caiga de su corazón, ennegrecido por la sombra de mis culpas.... Para ella quiero ser siempre bueno... ¡siempre! Quedóse el de Luzmela ensimismado; ardía en sus ojos la luz de la esperanza con radiante expresión.

Cuando llegó a Rucanto la niña de Luzmela, la recibieron los sobrinos de don Manuel con indiferencia sublime, mirándola de hito en hito...; ¡fué aquella la primera vez que bajó los ojos turbada delante de su nueva familia!...

Después añadió: Esta es mi oración de este día...; ¿cómo puedes suponer que yo tenga hambre y sed, puesto que tengo lágrimas abundantes?... Un poco más tarde volvía Rita hacia Luzmela, sola y acongojada, repitiendo: Está poseída..., está poseída ella también, lo mismo que su padre.... ¡Dios lo remedie!...

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