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Actualizado: 2 de octubre de 2025
Desde las lueñes playas de la América virgen volvió el de Luzmela los ojos al pajarraco agorero, y le ahuyentó de un manotazo en el aire con enojo violento; en seguida buscó la mirada de la niña y encontró en ella una singular expresión dolorosa, como sólo recordaba haberla visto igual en los ojos de otra criatura: de aquella triste pecadora que murió del dolor de haber pecado.... ¿De dónde había sacado Carmen aquel secreto penar que se le declaraba en los ojos?
El caballero de Luzmela miraba a la chiquilla, aquella tarde, con una extraña expresión de vaguedad, como si al través de ella viese otras imágenes lejanas y tentadoras.
Tiene el cielo una intensidad de azul rara en Cantabria; a través de una atmósfera de limpidez exquisita, todo el valle y los montes se abarcan de una sola mirada desde el balcón adonde asoma el de Luzmela su paciente silla de enfermo.
Las escenas lejanas de la muerte del de Luzmela se le aparecieron en una confusión tenebrosa, y se quedó «mirándolas» con los ojos abiertos y parados sobre la vidriera plegada del balcón. Creyó sentir entonces que una cosa dura golpeaba los cristales con siniestro aleteo.... ¿Si sería la nétigua? Se acercó a observar, andando de puntillas con infantil sigilo. No era la nétigua.
Un pastorcillo de Luzmela, que tornando las ovejas la tropezó, oyóla suspirar un nombre conocido, como en demanda de amparo, y además la vió tender sus manos en la sombra creciente de la noche y no atinar con ningún sendero y perderse en la soledad silente de la vega.
Su inocencia me cautivaba en dulcísima cadena, y yo, que la salvé a esta niña del abandono, más por deber de conciencia que por amor de padre, me sometí a su hechizo con una dejación de mí mismo absoluta y feliz. Ya, desde entonces, sólo salí de Luzmela por precisión y muy pocas veces.
Y aunque ya la niebla se hubiera cerrado tragándose otra vez la silueta grave de la torre, la muchacha veía siempre a Luzmela, haciendo de la graciosa aldea de sus amores una evocación intensa y fervorosa....
Una ansiedad dolorosa había conmovido a los servidores de la casa, todos obligados, por innúmeros favores, a guardar a su señor una fidelidad sagrada, y todos capaces de cumplir esta noble obligación. ¿Acertaría el de Luzmela en los pronósticos que hacía de su muerte? ¿Iría a caer ya, marchito para siempre, aquel único tronco de la ilustre casa de la Torre y Roldán?...
Con tales remordimientos estaba el de Luzmela perturbado, y por esquivar tan íntima turbación, o porque fuese aquélla para él una hora de evocaciones aventureras, cayó de pronto en su memoria otra página galante de sus años mozos. Esta no había quedado mojada de lágrimas: risueña y gozosa, fué otra de sus grandes locuras.
En la alta noche, cuando el monumental lecho de roble crujía sacudido por el convulso llanto del enfermo, murmuraba el triste: ¡Que si sé llorar!... ¡Hija mía, hija mía!... Después de aquellos primeros ocho días, la vida en Luzmela recobró su aspecto acostumbrado.
Palabra del Dia
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