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Actualizado: 2 de octubre de 2025


Un despecho picante y rabioso le mordía el corazón, viendo quebrarse en añicos sus ilusiones de boda con Salvador, y viendo cómo el médico alimentaba, con crecientes demostraciones, el interés que siempre le había inspirado la niña de Luzmela. Carmen compartía sus horas densas y amargas entre las cavilaciones incoherentes en su cuarto y las calladas esperas a los pies de la cama de Julio.

La cándida niña de Luzmela, con un espontáneo movimiento de humanidad, corrió a estorbarle el «suicidio», y aquella fué la primera vez que él miró a la muchacha con detención y de cerca. La encontró muy hermosa; toda su materia se estremeció, y al entregarle el cuchillo sin la menor resistencia le sobó las manos groseramente.

Salvador paseó unas cuantas calles del gran puerto francés, con aquel paso automático y febril con que había medido en Luzmela las estancias mudas del palacio.

Entonces me voy, con su permiso; aun no hice hoy la visita en Luzmela, y está cayendo la noche. ¿Cuándo quiere usted que vuelva? Ya habían anunciado a don Juan y a don Pedro, cuando don Manuel respondió: Ven mañana temprano; te espero en mi despacho a las nueve, y te quedarás a comer. Los dos hombres se estrecharon las manos fervorosamente, y Salvador hizo un breve saludo a los recién llegados.

Ya lo ; estoy seguro; pero es preciso que también seas feliz.... No olvides que yo soy tu mejor amigo, que Luzmela será siempre tu casa..., que todo cuanto yo tengo es tuyo, todo, ¿entiendes? Ella, desconsolada, murmuró: ¡Si fueses mi hermano!

En la escalera tropezó a Narcisa y la empujó, dejándola pegada a la pared, con la boca abierta. Atravesó la casa en una desalentada carrera, bajó al corral y a poco la portalada roja se cerraba con estrépito detrás de la niña de Luzmela. En pleno campo corrió sin tino, huyendo siempre....

Fué un día en que doña Rebeca, la única hermana de don Manuel, residente en un pueblo próximo, llegó a Luzmela de visita. Atravesaba la niña por el corral con su bella actitud tranquila cuando la dama se apeó de un coche en la portalada.

En uno de sus viajes frecuentes y desconocidos, trajo don Manuel aquella niña de la mano. Tenía entonces tres años y venía vestida de luto. El caballero se la entregó a su antigua sirviente, Rita, convertida ya en ama de llaves y administradora de Luzmela, y le dijo: Es una huérfana que yo he adoptado, y quiero que se la trate como si fuera mi hija.

Pero Carmen se repuso valerosa, enjugó su llanto con mano firme, alzó la frente y dijo con serenidad: ¿Para qué ir a Luzmela si aquí también está Dios?... Mira, allí tengo mi Niño Jesús...; vino una sombra una noche y me lo puso feo; pero es Dios...; tiene el vestido sucio y el pelo enmarañado...; pero es Dios....

Y ella, tan sin artificios ni dobleces, imaginó en seguida un medio fácil y seguro de hacer llegar su misiva a las manos del médico. Era un sábado, y doña Rebeca daba algunas limosnas en ese día, por vieja rutina de la casa. Solía la niña repartirlas, y tenía un pobre favorito muy socorrido por ella en sus prósperos días de Luzmela. Aguardóle, y, con misterio, le dió su papel para Salvador.

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