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Actualizado: 9 de junio de 2025
Loppi, dile a la maga que esto no puede ser.»Y lloraba Masicas, y se secaba los ojos colorados con su pañuelo de encaje: «Dile, Loppi, a la maga que me dé un castillo hermoso, y no le pediré nada más.» ¡Masicas, tú estás loca! Tira de la cuerda y se reventará. Conténtate, mujer, con lo que tienes, que si no, la maga te castigará por ambiciosa.
Quiere ser princesa del castillo, y no volverá a pedir nada más. Leñador dijo el camarón, con una voz que Loppi no le conocía: tu mujer tendrá lo que desea. Y desapareció en el agua de repente.
La torre, en la claridad, luce en el cielo negro como un encaje rojo, mientras pasan debajo de sus arcos los pueblos del mundo. El camarón encantado Cuento de magia del francés Laboulaye. Allá por un pueblo del mar Báltico, del lado de Rusia, vivía el pobre Loppi, en un casuco viejo, sin más compañía que su hacha y su mujer.
Los lacayos, los pajes, los chambelanes, con sus medias de seda y sus casaquines, iban detrás de la reina Masicas, cargándole la cola. Y Loppi almorzó contento, y bebió en copa tallada su anisete más fino, seguro de que Masicas tenía ya cuanto podía tener.
A los pocos días, una tarde que Masicas había estado muy melosa, le contó a Loppi muchos cuentos y le acabó así el discurso: Pero, Loppi mío, ya tú no piensas en tu mujercita: comer, es verdad, come mejor que la reina; pero tu mujercita anda en trapos, Loppi, como la mujer de un pordiosero. Anda, Loppi, anda, que la maga no te tendrá a mal que quieras vestir bien a tu mujercita.
Las manos le bailaban a Loppi del asombro. Ya ves, leñador le dijo el camarón, que no soy desagradecido. Ven acá todas las mañanas, y en cuanto digas: «¡Al morral, peces!» tendrás el morral lleno, de los peces colorados, de los peces de plata, de los peces amarillos. Y si quieres algo más, ven y dime así: /P «Camaroncito duro, Sácame del apuro»: P/ y yo saldré, y veré lo que puedo hacer por ti.
El camarón dio una vuelta en redondo, que le sacó al agua espuma, y se fue sobre Loppi, con las bocas abiertas: ¡A tu rincón, imbécil, a tu rincón! ¡los maridos cobardes hacen a las mujeres locas! ¡abajo el palacio, abajo el castillo, abajo la corona! ¡A tu casuca con tu mujer, marido cobarde! ¡A tu casuca con el morral vacío!
¡Loppi, nunca serás más que un zascandil! ¡El que habla con miedo se queda sin lo que desea! Háblale a la maga como un hombre. Háblale, que yo estoy aquí para lo que suceda. Y el pobre Loppi volvió al charco, como con piernas postizas. Iba temblando todo él. ¿Y si el camarón se cansaba de tanto pedirle, y le quitaba cuanto le dio? ¿Y si Masicas lo dejaba sin pelo si volvía sin el castillo?
Pero a la semana justa, en cuanto vio en la mesa el tocino y la sopa, se puso colorada de la ira, y le dijo a Loppi con los puños alzados: ¿Hasta cuándo me has de atormentar, mal marido, mal compañero, mal hombre? ¿que una mujer como yo ha de vivir con caldo y manteca? Pero ¿qué quieres, amor mío, qué quieres? Pues quiero una buena comida, mal marido: un ganso asado, y unos pasteles para postres.
Se estaba callada de la mañana a la noche, preparando el regaño, mientras Loppi andaba afuera con el hacha, corta que corta, buscando el pan: y en cuanto entraba Loppi, no paraba de regañarlo, de la noche a la mañana. Porque estaban muy pobres, y cuando la gente no es buena, la pobreza los pone de mal humor.
Palabra del Dia
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