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Actualizado: 23 de julio de 2025


La mañana seguía cenicienta; nubes y más nubes plomizas salían como de un telar de los picos y mesetas del Corfín, caían sobre la sierra, se arrastraban por sus cumbres, resbalaban hacia Vetusta y llenaban el espacio de una tristeza gris, muda y sorda. «No hace frío», observó Frígilis al llegar a la estación. No llevaba más abrigo que su bufanda a cuadros.

Los curiosos llenaban el frente de la galería y la parte baja de la soberbia escalera, cuya bóveda, pintada por Giaquinto, representaba a la España ofreciendo a la Religión sus virtudes y trofeos.

Sonó el rugido de la chimenea, que indicaba la hora de mediodía. ¡A almorzar!... Abajo, en el comedor, Fernando sintió crecer su inquietud al ver que se llenaban todas las mesas y la de Maud seguía desocupada. Sucedíanse los platos; el almuerzo tocaba a su fin, y ella sin aparecer.

Tomé de mi biblioteca cierto número de libros contemporáneos y procediendo poco más o menos como la posteridad procederá antes de acabarse el siglo, pedí a cada uno cuenta de sus títulos a la duración y sobre todo del derecho que tenían para llamarse útiles. Advertí que llenaban muy poco la primera condición que hace vivir una obra, eran muy poco necesarios.

Poco á poco perdonaba Babuco la codicia del asentista, que en la realidad no es ni mas ni ménos codicioso que los demas, y que es indispensable; disculpaba la locura de disipar su caudal por hacer la guerra, que era orígen de tantas bélicas proezas; y perdonaba los zelos de los literatos, entre quienes se hallaban sugetos que ilustraban el mundo: se reconciliaba con los magos ambiciosos y tramoyistas, que con pequeños vicios juntaban grandes virtudes; puesto que le quedaban no pocos escrúpulos, especialmente sobre los galanteos de las damas, y las horrendas conseqüencias que infaliblemente habian de producir, y que le llenaban de horror y sustos.

Las gentes se abordaban en las calles amistosamente. Todos se conocían sin haberse visto nunca. Los ojos atraían á los ojos; las sonrisas parecían engancharse mutuamente con la simpatía de una idea común. Las mujeres estaban tristes, pero hablaban fuerte para ocultar sus emociones. En el largo crepúsculo de verano, los bulevares se llenaban de gentío.

Sin embargo, estas ideas llenaban la mente de Ester con sentimientos de temor más bien que de esperanza. Sabía que su acción había sido mala, y por lo tanto no podía creer que sus resultados fueran buenos. Con creciente sobresalto contemplaba el desarrollo de la criatura, temiendo siempre descubrir alguna peculiaridad sombría y extraña, que guardara correspondencia con la culpa á que debió el ser.

Y los gritos y las amenazas, y el estruendo de doscientas voces y de dos mil porrazos llenaban el Santuario de las leyes, y hasta las figuras pintadas en el techo parecían temblar y querer despegarse del lienzo para romperse el cráneo contra los mármoles del hemiciclo.

Sus actos de caridad y de humildad no sólo llenaban de asombro a las personas que vivían cerca de ella, sino que se esparcían ya por toda la villa, sirviendo de ejemplo edificante a jóvenes y viejos y de terna a las conversaciones de sacristía.

Unas quince personas llenaban literalmente la estrecha salita y refluían hasta el comedor, en el que había unos platos con pastas y sandwichs, escoltados por unos vasos de agua de naranja y una tetera de metal blanco. Una lámpara colgada y unas cuantas bujías iluminaban toda la casa.

Palabra del Dia

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