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Actualizado: 18 de agosto de 2024


Tras de Lorenzo, se aproximó Melchor que a cada figura gritaba: ¡Más listos!... ¡más vivo ese movimiento!... ¡Parecen hombres de palo!... Terminado el pericón, llegó Hipólito con una escalera y encendió la luz de los faroles, pues la pared del fondo, en el lado del poniente, proyectaba una sombra que oscurecía al local.

Sentados frente a frente y listos para empezar la tarea, dijo Ricardo, golpeando con la pluma en el fondo del tintero, como si quisiera empaparla mejor: ¿Sabes, Lorenzo, que estoy con una preocupación? Yo tengo la misma. ¿Cuál? Melchor. ¿Cómo has adivinado? No podía ser otra. ¿Y en qué consiste la tuya? En el cambio radical que se está operando y acentuando en él. ¡Has visto!...

Hizo la señora Liénard un gracioso mohín y se calló. Los dos jarrones estaban ya listos. La viuda se levantó, sacudióse las verdes hojitas que se le habían quedado adheridas en la falda y tomando uno de los jarros suplicó a Delaberge que tomase el otro, diciéndolo sonriente: Continúo abusando... Pero es usted tan amable que no temo ser indiscreta.

La antigua capitana de Talisay no solamente tenía buenas alhajas, sino que también era dueña de un gran bote que con sus correspondientes remeros puso á nuestra disposición. Listo el bote y listos nosotros, ayudados de la lona y de los remos, dimos rumbo en demanda del monte de Taal, gigantesca y sombría masa que se destaca en medio de las aguas.

No sabían gran cosa. Recordaban vagamente á un joven español que decía ser hijo del capitán, pidiéndoles noticias de éste. Su última visita había sido dos días antes. Dudaba entre volver á su país por ferrocarril ó embarcarse en uno de los tres vapores que estaban en el puerto listos á salir para Marsella. Creo que se ha ido en ferrocarril dijo uno de los empleados.

»Admiró el suceso a toda el aldea, y aun a todos los que dél noticia tuvieron; yo quedé suspenso, Anselmo, atónito, el padre triste, sus parientes afrentados, solícita la justicia, los cuadrilleros listos; tomáronse los caminos, escudriñáronse los bosques y cuanto había, y, al cabo de tres días, hallaron a la antojadiza Leandra en una cueva de un monte, desnuda en camisa, sin muchos dineros y preciosísimas joyas que de su casa había sacado.

Dios sabe cuántas proposiciones habría perdido la niña por culpa de aquel hombre, que gozaba todas las intimidades de un novio, sin decidirse nunca a serlo. Pero Conchita se mostraba sorda a los consejos de mamá. Ella lo pescaría; los hombres que las echan de listos caen cuando menos lo esperan: todo era cuestión de tiempo y de presentar buena cara.

Cuando quiera, estamos listos. Bueno, don Saverio, haga llevar al cuarto café con leche, pan y manteca, bien servido, ¿eh? y con el mate en la mano se dirigió al dormitorio de sus compañeros, a quienes dijo: ¡Muchachos!... ¡Aquí está la Pampita! ¡El qué? exclamó Ricardo, irguiéndose rápidamente en la cama, al mismo tiempo que Lorenzo se incorporaba también. Que ya es de día... contestó Melchor.

Unos eran acostados sobre los yunques para recibir el castigo de los martillos; otros lanzaban un grito viviente, animal, al ser hundidos de pronto en el agua de las tinajas; a éstos, ya listos, les bañaban de sebo, como al hombre que le engrasan después de la tortura, o les llevaban al vecino taller para sufrir las incrustaciones de la ataujía.

Pero el roce con muchachos listos le había suministrado un mediano caudal de frases hechas y de ideas de repertorio, por lo cual no era de los más callados en los cafés. Disputaba sobre política, y aun metió su cuarto a espadas en ella, escribiendo en algún periodiquejo.

Palabra del Dia

allanaba

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