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Actualizado: 20 de junio de 2025
Por detrás de la barrera iban los chulos de la plaza, con sus blusas rojas, abrumados bajo el peso de las capas de brega, repugnantes andrajos manchados de sangre; y por los tendidos, haciendo prodigios de equilibrio, filtrándose por entre el compacto gentío, avanzaban los vendedores de gaseosas con el cajón al hombro, pregonando la limonada y la cerveza, y los tramusers con un capazo a la espalda, llenando de altramuces y cacahuetes los pañuelos que les arrojaban desde las nayas y devolviéndolos a tan prodigiosa altura con la fuerza de un proyectil.
La tía María y fray Gabriel, muy convencidos de ello, gritaron a la vez, ella: «¿quiere usted caldo?», y él: «¿quiere usted limonada?» Stein, que iba saliendo poco a poco del caos de sus ideas, preguntó en español: ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes? El señor respondió la anciana es el hermano Gabriel, y yo soy la tía María, para lo que usted quiera mandar.
Los vinos, cuya venta es una brillante especulacion del capitan, son casi todos detestables, sobre todo los franceses y españoles, y el buen bebedor tiene que contentarse con el abominable brandy, la cerveza comun ó la insípida limonada gaseosa, excelente para el mareo pero nociva para los nervios. Por lo que hace á los alimentos, su invariabilidad cotidiana y su sabor son insoportables.
Sirva de modelo y aunque de escaleras abajo, la siguiente anécdota: No há muchas noches que mi espíritu observador me llevó á la puerta de un establecimiento de refrescos; tomé asiento, y no bien había saboreado los primeros sorbos de una limonada, escuché el siguiente diálogo que salía de un grupo próximo adonde yo estaba. Vamos, D. Juan, ¿cómo van esos ensayos?
Maugirón, aquí te cojo, exclamó Frecourt; ahora eres tú el que canta. Una multa; que traigan champagne... ¡Qué herejías dicen estos músicos! ¡Champagne! Yo que tú pido limonada. Vais á probar un Château Lafite como no se bebe en ninguna parte. Yo se lo he proporcionado al círculo, porque habéis de saber que el encargado de los vinos no sabe de eso ni jota.
Se contuvo, esperando que algún día se las pagaría aquel sinvergüenza, y adoptando un tono desenfadado explicó su aparición. Salía del baile, donde se había aburrido como un perro en misa y, sintiendo sed, se había metido en el café á tomar una limonada. Y al decir esto batió las palmas y se la pidió al mozo. Sí, ya sé que has estado en el baile replicó Antonio con la misma sonrisilla guasona.
No sabiendo hacerse entender suficientemente en frances, ni ménos en aleman, se nos acercó á hablarnos en inglés, rogándonos que le pidiésemos á un sirviente del vapor un vaso de limonada.
Sentía aún los efectos de un pastel misterioso, contrarrestados un tanto por un poco de ácido carbónico dulcificado que con el nombre de «limonada carbónica», me había servido el propietario del mesón de Medio Camino.
...¡Cretino!... ¡Imbécil!... repetía Melchor contemplando a las dos muchachas que se alejaban llevadas por el hermano, en el carro bajo y ancho del colono. ¡Rufino, deme un vaso de cerveza; de la que está en el balde! No bebas más, Melchor... Déjate de pavadas, Lorenzo; tengo sed. Toma limonada. ¡Pero qué afán de darme consejos!... ¡Caramba!... Deme la cerveza, Rufino.
Palabra del Dia
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