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Beatriz se acercó a las cortinas que cubrían la entrada de aquél, levantó ligeramente una de ellas y se puso a escuchar hasta donde se lo permitía el latir desordenado de su corazón... Aún alcanzaba a ver lo que pasaba en el interior del taller.

¡Son ellos los que lo han hecho todo!... ¡Han abusado de !... Ya que desean mi pérdida, voy á contar lo que . El abogado pasaba ligeramente en su relato sobre lo ocurrido en el Consejo de guerra. El secreto profesional y el interés patriótico le impedían ser más explícito.

Aquella altiva y grave joven no era de las que dicen ligeramente los secretos de su corazón. En aquel momento miraba fijamente á Tragomer, que con su busto de gigante y sus brazos de Hércules, temblaba de emoción. Quería, precisamente, hablar con usted, señor de Tragomer, dijo María con acento firme. Hace seis meses, cuando usted partió, me tendió la mano y yo le di la mía.

En vez de esas planicies desnudas, ligeramente interrumpidas por colinas graníticas ó pedregosas, sin majestad ni riqueza de tintas en la vegetacion, se extendia hácia el Oriente un inmenso plano inclinado, onduloso, reluciente de verdura y de contornos pintorescos que, dilatándose en escalones de suaves faldas ascendentes, iba á encuadrarse en el marco magnífico de las montañas de poderosa caliza que forman las abruptas serranías paralelas del Jura.

Sin duda contesté ligeramente. Entonces, disponga del palco. De todos modos, hoy mismo salgo de París.

Sin embargo, ¿os contuvisteis a pesar de todo?, señor Macey, ¿no es cierto? dijo el tabernero. , me contuve por completo, hasta que me encontré solo con el señor Drumlow. Entonces se lo dije todo, respetuosamente, sin embargo, como siempre. El pastor tomó la cosa ligeramente, y dijo: «¡Bah! ¡bah!

¡No, amigo, te engañas! insistía a su vez Kotelnikov . Porque, mira, hay algo en las negras... Iban tambaleándose un poco, ligeramente borrachos, hablando en alta voz, tropezando con la gente y muy satisfechos de mismos. Una semana después, todo el departamento sabía ya que al empleado público Kotelnikov le gustaban mucho las negras.

El sol se levantaba, y parecía que sus ojos estaban aún rojos de sueño; todo alrededor el bosquecillo, los árboles, el polvo del camino se hallaba ligeramente teñido de un color rosa pálido. El doctor se cruzaba de vez en cuando con campesinos y campesinas, que se dirigían en sus cochecillos al mercado de la ciudad. En su cara y en su actitud se reflejaba aún la impresión del frío de la noche.

Aquellos hombres eran alguaciles y traían linternas. Doña Juana de Velasco, duquesa viuda de Gandía, era camarera mayor de la reina. La viudez ú otras causas que no son de este lugar, habían empalidecido su rostro y poblado, aunque ligeramente, de canas sus cabellos.

Pero tal vez sea joven y buen mozo el verdadero Paolo del romance... y usted su Francesca le indiqué sonriendo. Sus dulces labios se entreabrieron ligeramente, pero sacudió la cabeza, suspirando al contestar: Hágame el favor de no anticipar nada sobre eso. Confío y espero que sea viejo y muy feo. De modo que no pueda despertar mis celos, ¿no es verdad? exclamé riendo.