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Actualizado: 25 de junio de 2025


Se volvió, y en el banco de azulejos, envuelta en la sombra de las palmeras y los rosales, vio una figura blanca, una mujer que al incorporarse quedó con el rostro en plena luz: Leonora. El joven hubiera querido desaparecer, que se lo tragara la tierra. ¡Rafael! ¿Usted aquí?...

Rafael, emocionado, apenas si pudo sorber unas cuantas gotas de ron, mientras el barbero mascaba a dos carrillos, bebía copa tras copa y con la cara cada vez más roja, hablaba y hablaba, la boca llena de pasta. Apareció Leonora, seguida de la doncella, que llevaba en los brazos un lío de ropas. Ya comprenderán ustedes que aquí no hay trajes de hombre.

La cantinela de siempre dijo riendo Leonora, remedando la voz y la expresión del joven. ¿Y si no puedo? ¿Por qué no ha de poder usted? ¿Por qué ha de ser verdad ese amor tan inmenso por una mujer que ve usted ahora por segunda vez? Esas pasiones repentinas se las inventan ustedes; no son verdad; las han aprendido en las novelas o las han oído cantadas por nosotras en las óperas.

Ni siquiera me había fijado en su cara y su figura: no me había dado cuenta de que es usted guapo... Leonora reía recordando sus cóleras contra Rafael, y éste, anonadado por su franqueza, sonreía también para ocultar su turbación. Pero después de lo de esta noche, le quiero a usted... como un buen amigo.

Rafael estaba en el balcón, junto a Leonora, con la mirada perdida en la obscuridad, arrullado por la música de aquella voz, que con marcado interés le hacía preguntas sobre el desesperado viaje por el río. La finura de aquella capa que le envolvía, dábale la sensación de una epidermis satinada y tibia.

Le escribiré; le enviaré periódicos que hablen de y usted verá como tiene una amiga que no le olvida y le saluda desde Londres, San Petersburgo, o Nueva York, cualquiera de los rincones de este mundo que muchos creen grande y en el cual no puedo revolverme sin tropezar con el fastidio. ¡Que tarde ese momento! dijo Rafael. ¡Que no llegue nunca! ¡Loco! exclamó Leonora. Usted no sabe cómo soy.

Beppa la doncella, escuchábala atenta para comprender todas las palabras, con una admiración respetuosa de muchacha de la campiña romana familiarizada con la devoción desde sus primeros años. En el otro banco estaban Leonora y Rafael.

Y Rafael, con la vista perdida en el fondo del Prado, espiando las rápidas apariciones de la cabellera de oro para convencerse de que Leonora aún estaba allí, oía como en un sueño a aquel hombre que, según afirmaban los maliciosos, estaba destinado a ser su segundo padre.

Al tener una hija, anduvo preocupado con el nombre que había de ponerla. El recuerdo del extranjero pudo más, y envió a su hermana a la iglesia con unas cuantas vecinas pobres a bautizar la niña, con el encargo de que le pusieran por nombre Leonora. Figuráos qué contestaría el cura después de buscar en vano en el santoral. Yo estaba entonces en las oficinas del ayuntamiento y tuve que intervenir.

Rafael no olvidaba la noche de amistad; la mano entregada a sus labios en aquel mismo salón. Una vez intentó repetir la escena, e inclinándose sobre las teclas, quiso besar la diestra de Leonora. La artista se estremeció, como si despertase.

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