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Actualizado: 25 de junio de 2025


La doncella, insensible ante la fuga del señorito, sólo atendía a Leonora, adivinando la próxima crisis, contemplando con sus ojos de vaca mansa el desencajado rostro de la señora.

En la reunión le llamaban el poeta, y según murmuraban, una gran artista retirada y vieja se encargaba de su manutención y entretenimiento, hasta que sus versos le hiciesen célebre. Aquel fue mi primer amor decía riendo Leonora, al recordar el pasado.

Balbulceaba con una timidez, que impresionó a Leonora, pero a pesar de su turbación, notó un brillo extraño en los ojos de la artista, una veladura misteriosa en la voz, que la transfiguraba. Vamos dijo Leonora bondadosamente; no busque usted esas excusas tan raras... ¿Que venía usted a despedirse sin querer verme? ¿Qué galimatías es ese?

Le parecía marchar por un horizonte sin fin, con más velocidad que horas antes se deslizaba por el río. Oía su nombre en la boca de aquella mujer, se veía agasajado en una casa cuya entrada no sabía antes cómo franquear, y ella, Leonora, le llamaba niño y le trataba como a tal, cual si la intimidad datase desde el principio de su vida. ¿Qué mujer era aquella?

Agua fresca, mucha agua... eso es lo que me gusta. ¡Cuán lejos está ya aquella Leonora que había de pintarse todas las noches como un payaso para mostrarse al público! Míreme usted bien: ¿cómo me encuentra? ¿No es verdad que parezco una de sus vasallas? De seguro que si salgo esta mañana a darle vivas en la estación, no me reconoce entre los grupos.

Y el diputado comenzaba a odiar su ciudad, viendo que devolvía con infames insultos el bien y la felicidad que él gozaba. Otra noche Leonora le recibió con una sonrisa que daba miedo.

Y reía con su irónica crueldad, mientras el carruaje corría por una de las avenidas de Recoletos. Leonora miraba distraídamente el paseo central; sus filas de sillas de hierro, llenas de gente; los grupos de niños, que vigilados por las criadas, corrían alborozados bajo la luz dorada y dulce de la tarde primaveral.

Se llevaba lo suyo; no había pedido nada de la herencia de su padre. Leonora era rica; con una delicadeza admirable había rehuido hablar de dinero al discutir los preparativos del viaje; pero él no iba a ser un entretenido, no quería vivir como aquel Salvatti que explotó la juventud de la artista.

Si rompe usted el pacto, no entrará aquí, ni aun por el balcón como esta noche. ; amigos y nada más murmuró Rafael con sincero acento de tristeza que pareció conmover a Leonora. Sus ojos verdes se iluminaron; brilló el polvo de oro que moteaba sus pupilas y avanzó hacia Rafael, tendiéndole la mano. Buen muchacho; así me gusta: resignado y obediente.

El campo se estremecía voluptuosamente bajo la luz de la luna; y ellos, jóvenes, sintiendo el revoloteo del amor en torno de sus cabellos estremecidos hasta la raíz, ¿qué hacían allí, ciegos ante la hermosura de la noche, sordos al infinito beso que resonaba en torno de sus cabezas? ¡Leonora! ¡Leonora! gemía Rafael.

Palabra del Dia

irrascible

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