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Actualizado: 27 de junio de 2025


El duque, atónito, no sabía lo que le pasaba: abrió el pliego, y no pudo, al leerlo, contener un estremecimiento de gozo: era la realización de su sueño de oro. Su nombramiento de senador vitalicio: al pié del documento se leía la siguiente firma: Yo el rey. Mira, Margarita, dijo en voz baja, tendiendo el pliego a la duquesa y su hija; ven, hija mía.

El anciano insistió de nuevo y entonces Roberto dijo: Aquí es donde vamos a leerlo, tío; aquí, donde ella lo ha escrito. ¿Y si alguien nos sorprendiera? observó el doctor, atemorizado. Roberto se encogió de hombros y con el dedo señaló el piso.

Y silenciosamente entramos de nuevo en el aposento. Con la luz artificial, las cosas todas presentaban su aspecto de costumbre, y el retrato de mi madre la dulzura inafable de su rostro. Debajo de él, sobre una mesa, se hallaba mi último soneto; lo tomé para leerlo a Rafael, y encontré que estaba humedecido y emborronado.

"Y tanto se refleja en el libro la personalidad de su autor dice Alicia Moreau que al leerlo parece que surgiera de entre las páginas aquella su original silueta, sencilla y modesta sin afectación, el gesto sobrio y ameno, la mirada serena, la sonrisa de bondad finamente matizada de ironía; el autor está en su obra tanto como la obra en su autor, pues nunca un hombre fue más autorizado para hablar de moral a sus prójimos" .

No lo creo replicó sonriendo el hidalgo. Es un libro puramente expositivo, sin intención alguna polémica. En esta confianza se llevó a su casa el tomo primero y se puso con afán a leerlo. Comenzaba con una descripción elocuentísima del mundo sideral, del panorama de las grandezas celestes. El autor desenvolvía con pluma vigorosa el mecanismo inmenso de los cuerpos que giran en el espacio.

4 Y yo lloraba mucho, porque no había sido hallado ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. 5 Y uno de los ancianos me dice: No llores; he aquí el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, que ha vencido para abrir el libro, y desatar sus siete sellos.

Y para que los pasajeros retardados no le viesen llorar, Edwin Gillespie inclinó la cabeza permaneciendo así mucho tiempo. Al fin volvió á abrir el despacho instintivamente, para leerlo línea por línea. Sentía el deseo amargamente atractivo que nos impulsa á paladear los grandes dolores.

Mientras estas buenas gentes recordaban emocionadas mi hospedaje en su vivienda, fueron sacando todos los objetos que yo había dejado olvidados. Así recobré el cuento Venganza moruna, volviendo á leerlo aquella noche, con el mismo interés que si lo hubiese escrito otro. Mi primera intención fué enviarlo á El Liberal de Madrid, en el que colaboraba yo casi todas las semanas, publicando un cuento.

Antes de marcharse, el francés busca a Apolonio; pero no le halla, y se va sin despedirse de él. Apolonio también ha recibido un telegrama. Luego de leerlo, había dicho a los demás asilados: Señores: soy un sátrapa; tengo ya más riquezas que el preste Juan de las Indias, Creso y Montezuma juntos. Os prometo erigir un palacio donde viváis y llevéis cada cual la vida que os apetezca.

Sorpréndeles la noche en este diálogo, y entonces aparece el dueño con su cancionero; celebra al autor de cada canto, antes de leerlo, y al concluir exclama en francés antiguo: «otro por el estiloMientras da esta amorosa serenata á su amada Isabel, la hija del molinero, y los perros y gatos forman el coro ladrando y mayando, prosiguen los criados en su charla, y al fin oye de los labios de su dama la respuesta favorable que aguardaba.

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