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Y después de leerlo en un silencio entrecortado por su respiración jadeante, empezó á reir. Luego dijo en voz alta, con tono de admiración y regocijo: ¡Oh, las mujeres! ¿Quién podrá nunca luchar con las mujeres? Saludó el telegrafista, asintiendo á estas palabras, y sus ojos parecieron decir: «El gentleman tiene mucha razón

Para leerlo en la «Estética Nueva» y publicarlo en la «Revista Azul», lo debes trabajar más, mucho más, ¡nunca es bastante! Estaba presente un tercero, Aristarco López, inseparable amigo de del Laurel, también estudiante de derecho in nomine y per accidens; pero, en cuerpo y alma, todo un cronista «sportivo» de un diario popular.

Le gustaba también a este viejo embromar a la gente: decía que nada gustaba tanto a las nutrias como un periódico con buenas noticias, y aseguraba que si se dejaba un papel a la orilla del río, estos animales salen a leerlo; contaba historias extraordinarias de la inteligencia de los salmones y de otros peces.

Pronto trajo un lacayo la respuesta: el señor marqués había pedido a las cuatro la berlina y aún no había vuelto a su casa. Fernandito corría, en efecto, en aquel momento, detrás de una duda misteriosa que ansiaba resolver. Con grandísima zozobra había recibido el B. L. M. del gobernador, y tranquilo ya, después de leerlo, púsose a registrar cuidadosamente los papeles devueltos.

La tristeza de este pensamiento es en verdad mortal, y ella ha sabido expresarla en una forma incisiva que daría envidia a cualquier escritor de profesión. Ya al leerlo había sospechado que se refiriese a sus relaciones con usted, y ahora, después de lo que usted me ha referido, la verdad me parece evidente.

Decía así, en letra sólo para Ana inteligible, nerviosa y rapidísima: «¡Memorias!... ¡Diario!... ¿por qué no? Benítez lo consiente». Memorias de Juan García, podría decir algún chusco.... Pero como esto no ha de leerlo nadie más que yo.... ¿Qué es ridículo? ¡Qué ha de ser! A Dios gracias, estos miedos al qué dirán ya han pasado. La salud me ha hecho más independiente.

Acomodados así los hijos, los padres permanecían un rato en la pieza principal, y mientras Centeno, sentándose estiradamente junto a la mesilla y tomando un periódico, hacía mil muecas y visajes que indicaban el atrevido intento de leerlo, la Señana sacaba del arca una media repleta de dinero, y después de contado y de añadir o quitar algunas piezas, lo volvía a poner cuidadosamente en su sitio.

Me habló de que por tu mano había recibido un manuscrito de su padre, y prometió enviármelo. ¿Y se lo envió a usted? ; lo he leído ya; por cierto que no qué hacer con él. Creo que eres el más indicado para guardarlo. De manera que llévatelo. Cogí el manuscrito, lo llevé a casa y comencé a leerlo en seguida. LIBRO S

Aquesto de pasada lo he tocado, Ninguno de léerlo aquí se asombre, Que, siendo Dios servido, en otro canto Diré cosas de vista y mas espanto. Dejemos este rio, que corriendo De allá hácia el Brasil viene derecho; Y en él se vienen otros mil metiendo, Que le tienen famoso y grande hecho.

Esas casamenteras de voluntades, como las llama Quevedo... pero no todo es del dominio del escritor, y desgraciadamente en punto a costumbres y menudos oficios acaso son los más picantes los que es forzoso callar: los hay odiosos, los hay despreciables, los hay asquerosos, los hay que ni adivinar se quisieran; pero en España ningún oficio reconozco más a menudo, y sirva esto de conclusión, ningún modo de vivir que menos de vivir, que el de escribir para el público, y hacer versos para la gloria: más menudo todavía el público que el oficio, es todo lo más si para leerlo a usted le componen cien personas, y con respecto a la gloria, bueno es no contar con ella por si ella no contase con nosotros.