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Actualizado: 6 de julio de 2025
Las medicinas para los enfermos y heridos estaban asimismo estragadas y corrompidas, así por el calor que allí hacía, como por ser viejas y haber venido por mar, y aquéllas que se habían de hacer de nuevo el agua salada las estragaba, y la tela y el lienzo con que se curaban los heridos se lavaba con esta agua, y por esta causa se morían, por poca herida que tuviesen, que no escapaba de ciento, uno, y habiendo de hacer pan fresco de la harina que tenían, era necesario hacerlo con la misma agua salada, y asimismo para guisar cualquiera cosa, así en potaje como de otra manera, y por esto lo pasaban muy mal, aunque tenían provisión de legumbres y arroz.
Tomó el dinero, y consoló a Tomás, diciéndole que él tenía personas en Toledo de tal calidad, que valían mucho con la justicia, especialmente una señora monja, parienta del Corregidor, que le mandaba con el pie, y que una lavandera del monasterio de la tal monja tenía una hija que era grandísima amiga de una hermana de un fraile muy familiar y conocido del confesor de la dicha monja; la cual lavandera lavaba la ropa en casa...
Ya no me esperaba en el corredor a la hora en que lavaba las jaulas y regaba las flores, y si allí la sorprendía yo parecía más atenta a los quehaceres domésticos que a mi conversación. ¿A dónde va usted? me decía. Ya es tarde ¡Pronto, pronto! ¡A pasear! Si ha de volver usted para desayunar... ¡a la calle! Así me despedía.
No podía sufrir que la ropa interior de su hermano fuese en unión con la suya cuando la lavandera la llevaba o la traía. Si aquél le entregaba unos pantalones para que le cosiera un botón, cumplido el encargo corría a su cuarto y se lavaba bien las manos, y aun dicen que se echaba en ellas algunas gotas de agua bendita.
De vez en cuando se lavaba un poco la cara, compraba agua de olor, y rociándose las flaquezas, pedía prestada una camisa, una falda, un pañuelo, y se ponía de puerta en la casa del Comadreja, calle de Mediodía Chica. Pero no tenía constancia para nada, y ningún acomodo le duró más de dos días.
La gente del palacio se lavaba las manos con cerveza y se afeitaba con miel. El rey había prometido hacer marqués y dar muchas tierras y dinero al que ha abriese en el patio del castillo un pozo donde se pudiera guardar agua para todo el año. Pero nadie se llevó el premio, porque el palacio estaba en una roca, y en cuanto se escarbaba la tierra de arriba, salía debajo la capa de granito.
Y esta tierra nuestro, Rafaé, es como las muchachas que bajan de la sierra con el manijero. Van plagadas de la miseria que recogen en la gañanía; no se lavan la cara, comen mal; pero si las adecentasen, ya se vería lo bonitas que son. Una tarde de Febrero hablaban el aperador y Zarandilla de los trabajos del cortijo, mientras la señá Eduvigis lavaba la loza en la cocina.
Detrás del mostrador ponía su mesa Nazaria; se lavaba manos y brazos hasta el codo; quitábase aquel horrible mandil que le sirviera poco antes, y acompañada de alguna discreta amiga que de la próxima tienda de lienzos venía o de la mujer del vinatero, restauraban sus fuerzas.
La verdad es que ha pasado agua por debajo del puente, desde los tiempos aquellos en que lavaba yo su ropa... Soy la Fleurota. Entonces la recordó: esta Celia Fleurota lavaba en otros tiempos la ropa de los huéspedes del Sol de Oro. No era ya por aquel entonces muy joven, pero fresca todavía, limpia siempre, de gestos vivos y sin frío en los ojos.
Todos estaban muy satisfechos de que un hombre tan original frecuentara la casa, en calidad de buen amigo; todos, incluso la abuela sorda que lavaba los platos en la cocina. El hombre original se retiraba tarde a casa y lloraba desconsolado, porque amaba a Nastenka con toda su alma y no podía ver a miss Korrayt.
Palabra del Dia
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