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El hombre rebuscaba en libros arábigos combinaciones de simples que Gulinar, la vieja morisca, iba a coger en el contorno; y Aixa lavaba y vendaba la herida con manos embalsamadas de amor. Un ungüento, traído de la China hasta Arabia por los soldados, y de Arabia hasta Occidente por los mercaderes, y que el moro aquel guardaba en precioso bote de marfil, operó el prodigio de su mejoramiento.

Los abonados al paraíso del Teatro Real saben muy bien que cuando Gayarre en el primer acto brama con voz atiplada la giovinezza, es con el objeto exclusivo de ir a decir ternezas a Margarita en el tercero. ¿Y quién era Margarita? Una muchacha que hilaba, barría, lavaba la ropa de sus hermanos y paseaba los domingos por Recoletos.

Sus balcones aun estaban cerrados, y respetaron su sueño. Mateo Mantoux, que había redoblado su celo desde que el doctor le mantuviera en su plaza, lavaba activamente su ropa al borde de un arroyuelo que corría hacia el mar. El criado del señor Stevens acudió apresuradamente a llamar a su señor. En la vecindad se había cometido un crimen; todo el cantón estaba emocionado.

A Quintanar se le dijo que se convidaba a De Pas para ver a Obdulia coquetear con el clérigo, y al pobre Bermúdez, enamorado de la viuda, rabiar en silencio. A Quintanar le pareció bien la ocurrencia, pero dijo «que él se lavaba las manos, por lo que había de irreverente en el propósito; a pesar de que ya se sabía que él consideraba a los curas tan hombres como los demás».

«Vengo a reñir con usted, señá Benina le dijo sentándose en una piedra, frente a la casucha, junto a la artesa en que la pobre mujer lavaba, a respetable distancia del ciego, echadito a la sombra . , señora, porque usted quedó en ir a recoger la comida sobrante en nuestra casa, y no ha parecido por allí, ni hemos vuelto a verle el pelo.

Todos los días, que gritase o que se resignase el chiquillo, Julián lo lavaba así antes de la lección. Por aquel respeto que profesaba a la carne humana no se atrevía a bañarle el cuerpo, medida bien necesaria en verdad. Pero con los lavatorios y el carácter bondadoso de Julián, el diablillo iba tomándose demasiadas confianzas, y no dejaba cosa a vida en el cuarto.

David Schlosser, de Walsh, que había sujetado al herido, le soltó. Lorquin envolvió el muñón en unos trapos blancos, y Nicolás, sin ayuda de nadie, fue a acostarse de nuevo al jergón. ¡Otro que está despachado! Limpie usted bien la mesa, Despois, y pasemos a otro dijo el doctor mientras se lavaba las manos en una jofaina.

También Pilar lo está... y yo... y todos... y el mundo, , el mundo se ha puesto de un color, que... antes era rosa y azul celeste... pero ahora... bueno, pues como quería verle, entré.... El comedor es grande. El ama Engracia lavaba la vajilla.... Bien que corrí. Casualidad fue acertar con su cuarto. Es un cuarto muy bonito. Tiene el retrato de su madre: ¡pobre señora!

Tenía aún la mirada muerta y el labio pendiente, tras su solitaria velada de whisky, más prolongada que las habituales. Mientras se lavaba, los perros se acercaron y le olfatearon las botas, meneando con pereza el rabo. Como las fieras amaestradas, los perros conocen el menor indicio de borrachera en su amo. Se alejaron con lentitud a echarse de nuevo al sol.

Pues tila, querido, tila. ¿Qué quiere usted tomar, caballero? Un vaso de agua. Mientras Amalia lavaba el vaso en un barreño colocado al extremo del mostrador, Andrés la examinó a su talante. Los datos de Celesto le parecieron exactos. Era una moza de arrogante figura y buenos ojos, de brazos rollizos y amoratados; gorda y colorada en demasía.