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Corrían los marineros por las vergas; manejaban otros las brazas, prontos a la voz del contramaestre, y todas las voces del navío, antes mudas, llenaban el aire con espantosa algarabía.

Aunque siguen siendo perdidas para nosotros la mayor parte de sus comedias, poseemos algunas, hasta una de ellas en su autógrafo, de las que sabemos indubitadamente que corresponden a este período. También entonces escribió Lope la novela pastoril La Arcadia, primera de sus obras extensas que había de ser impresa, en la que, bajo figura de pastores, introduce a su protector y a sus amigos.

La que domina las dunas es un tanto medical, emanación suave de las siemprevivas, donde parecen concentrarse todos los rayos solares y el calor de las arenas. En las landas florecen las plantas amargas, con un encanto penetrante que desentumece el cerebro y revive el corazón.

Golpeando en la orilla, cada onda de agua se propaga en sentido inverso cruzando las olitas que la siguen; otras series de pliegues producidos por la caída de un nuevo grano de arena ó por un estremecimiento de la onda, se confunden con las primeras y una multitud de líneas, propagándose en todas direcciones, suben y bajan como las mallas de una red cuya trama sólo la mirada hábil puede distinguir.

Las neuralgias y las lesiones de la sensibilidad requieren ó son suficientes las atenuaciones aun mas elevadas; las afecciones locales y las lesiones orgánicas exigen á veces el uso de las trituraciones, y además la aplicacion local del acetato de cobre para la cauterizacion de las aftas, de las úlceras, y en ciertas oftalmías granulosas. § I. Historia.

Mandaba el grueso de los arqueros nuestro amigo Simón y tras él, en primera línea, descollaba Tristán de Horla, un Alcides con capacete, cota de malla, arco, flechas y maza descomunal. Apenas desembocó la columna en la calle del pueblo comenzó un fuego graneado de chanzas, y menudearon las despedidas y los abrazos.

La Reina Juana de Nápoles es la mujer varonil, ebria de placer y crueldad, que traspasa todos los diques impuestos á su sexo; en El Anzuelo de Fenisa y en El Arenal de Sevilla, son las protagonistas cortesanas vulgares. En El Rufián Castrucho y en El Caballero de Olmedo observamos dos astutas alcahuetas, cuyos tipos son de verdad maravillosa.

La blancura de aquel rostro, oreado por el cierzo, hacía pensar en las hostias; y era, en verdad, como el viático de su amor, el viático de su pasión, olvidada y moribunda. Una vez frente a la ventana, Beatriz insinuó un vago saludo, haciendo florecer en su labio una sonrisilla mortificante.

Los de Jerónimo se adelantaron para reconocer a los que llegaban y los dejaron pasar. En la granja reinaba un silencio profundo; un centinela, arma al brazo, se paseaba delante de las trojes, en las que dormían sobre montones de paja unos treinta hombres.

En el fondo de la bodega de embarque estaba el cuarto de las referencias, «la biblioteca de la casa», como decía Montenegro. Una anaquelería con puertas de cristales guardaba alineados en compactas filas miles y miles de pequeños frascos, cuidadosamente tapados, cada uno con su etiqueta, en la que se consignaba una fecha.