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¡Mentís! gritó ella, é inclinándose rápidamente clavó los dientes en la mano que la apresaba. Soltóla él, lanzando un rugido de dolor y la doncella corrió á guarecerse detrás de Roger. ¡Fuera de mis tierras, vagabundo! gritó furioso el otro.

Un mochuelo asustado se agita allí arriba, lanzando desagradable chillido. Una escalera practicada en el espesor del muro, permite subir hasta las almenas.

Todo hace creer, por el contrario, que el movimiento armado debió estallar simultáneamente en las seis provincias, lanzando al campo de la revolución veinte ó treinta mil negros, que antes de ser sometidos hubieran convertido en ruinas el país y provocado una nueva y acaso definitiva intervención americana.

Algunos segundos después volvió en lanzando un suspiro angustioso que levantó su delgado talle. No es nada dijo reaccionando en seguida contra el irresistible acceso de desfallecimiento, y bajamos. No se habló más de aquel incidente que fue olvidado, sin duda, como otros muchos.

Comprendí su criminal designio, pero no tan pronto que no tuviera él tiempo de murmurar jadeante, lanzando un terrible juramento: ¡Esta vez no se escapará! El golpe que le di en medio de la neblina no produjo el efecto deseado; pero aquí, una vez caído abajo, no podrá volver a meterse en mis asuntos. ¡Abajo con usted!

De un salto estuve en los brazos de Francisca y le expliqué en dos palabras mi estudio del natural y mi deseo de no tomar posesión aquella tarde del rincón de las malas cabezas. Francisca me echa una mirada de pesar, lanzando un suspiro hacia nuestro querido biombo, y un gesto hacia la señorita Bonnetable.

A veces interrumpíase el estertor de su respiración con una tos seca, lanzando espectoraciones estriadas de sangre. La vieja movía la cabeza. Ella esperaba algo negro y monstruoso, una oleada putrefacta que, al salir, se llevase todo el mal de la muchacha. Una tarde la vieja prorrumpió en alaridos. La niña se moría; se ahogaba.

¡Ella se lo ha dicho! ¡Maldita sea! ¡Me ha vendido! exclamó lanzando a su temblorosa y aterrada mujer una mirada de profundo desdén. No, ella no me lo ha dicho respondí. Por casualidad me tocó ser testigo de su cobarde atentado. Yo fui quien la sacó con vida del río helado, adonde usted la arrojó criminalmente. Por ese acto que cometió entonces, va a responderme ahora.

Paréceme que te fastidio dijo Rafael, después de algunos minutos de silencio, viendo bostezar a su prima. ¿Hasta ahora no lo habías echado de ver? respondió Rita. Esto es que deseas que me vaya. Ya se ve, ¡como Luis Barajas es tan celoso! ¡Celoso de ti! respondió su prima, lanzando una de sus carcajadas repentinas : tan celoso está de ti como del inglés gordo.

¿Su padre acaso? No. ¿Hermano? No. ¿Esposo? Magdalena, lanzando una mirada rápida y penetrante sobre las dos pasajeras, de quienes había observado que no participaban de la admiración general de los hombres respecto a ella, dijo con gravedad no exenta de soberbia: No; es Juan. Hubo una enojosa pausa. Aproximáronse entre las pasajeras, y el canadiense miró, abstraído, el fuego.