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Actualizado: 16 de noviembre de 2025
8 Y el segundo ángel tocó la trompeta, y como un gran monte ardiendo con fuego fue lanzado en el mar; y la tercera parte del mar fue vuelta en sangre. 9 Y murió la tercera parte de las criaturas que estaban en el mar, las cuales tenían vida, y la tercera parte de los navíos pereció. 11 Y el nombre de la estrella se dice Ajenjo.
No dijo más el Capellanet, pero Febrer adivinó las palabras que el buen payés debía haber lanzado contra él. Olvidaba, a impulsos de la cólera, su antiguo respeto; sentíase enfurecido por la perturbación que acarreaba a la familia con su presencia. El muchacho volvió a la alquería mascullando propósitos vengativos, jurándose no ir al Seminario, aunque ignoraba el modo de conseguirlo.
Y misia Gregoria, con indiferencia estudiada, explicó que Esteven se había ido por sus negocios: un paseo de ocho días y nada más. Este nombre, torpemente lanzado por la inocente niña, acabó de helar la entrevista, ya de suyo glacial; misia Casilda esperaba el momento de poder levantarse, y misia Gregoria deseaba impaciente verlo llegar.
Despojándose de las gafas, empezó a reflexionar. ¡Era estúpido todo aquello! La chicuela ni siquiera le había dejado abrir la boca para explicarse, y le había lanzado en pleno rostro el despectivo insulto. Debía, no obstante, comprender que sólo se trataba de una broma. ¡Qué diablo de muchacha! ¡Como si verdaderamente le interesase con sus proclamas! Eso no era de su incumbencia.
Si hubiera tenido alas, me hubiera lanzado al infinito luminoso sin acordarme de ella, aunque esto parezca una contradicción inverosímil. Esta especie de enajenación desapareció cuando oí la voz de Pepita a mi espalda: ¡Considera, alma cristiana, en esta primera estación...! Volvía la cabeza riendo, y mis ojos tropezaron con los de Gloria, que los apartó al instante.
Al término de aquella nave veíase otra igual y salvando un patio que las separaba, había entre ambas un puentecillo estrecho de madera, junto al cual giraba sobre su eje la enorme rueda de un colosal volante. Cuando iba Gasparón por la mitad del puentecillo, vio que de la segunda nave llegaba un aprendiz corriendo, con tal ímpetu, y tan lanzado a la carrera, que ya no podía detenerse.
Roger había lanzado al suelo su rota espada y contemplaba aquella dolorosa agonía con profunda lástima. Todo su furor habíase disipado como por encanto.
El P. Gil hacía esfuerzos desesperados por arrojarla de su cerebro, aunque inútilmente. Cayó de nuevo en aquel estado angustioso de duda en que le dejaran los libros de exegesis bíblica, mucho más angustioso y miserable porque se veía lanzado en pleno materialismo, lejos de la idea de Dios y de la inmortalidad.
Fermín reía escuchando a su jefe, lanzado a escape por entre los fragmentos de prospectos y reclamos, que conservaba en su memoria. ¡Pero, don Ramón! ¡Si yo no he de comprar ni una botella!... ¡Si soy de la casa! El jefe del escritorio pareció despertar de su pesadilla oratoria, y rió lo mismo que su subordinado.
Palabra del Dia
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