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Prosiguió ésta encendida é indecisa bastante tiempo. Por una y otra parte se peleaba con vivo ardor. Los de Lorío, engreídos por sus victorias pasadas y confiados en sus fuerzas, se lanzaban con impetuoso alarde sobre los de Entralgo.

Los indianos de Sarrió permanecían por entero indiferentes, adormecidos por aquella vida holgazana y metódica en que el recuerdo de sus trabajos y penalidades de América les llenaba algunas veces de horror, y hacía más amable todavía su situación actual. ¡Qué les importaban a ellos las votaciones del ayuntamiento, las perrerías que El Faro y El Joven Sarriense se lanzaban, ni los chismes que sin cesar traían conmovida a la villa!

Mirando a las estrellas, creía sentir inexplicable consuelo... Las estrellas como que le prometían algo lisonjero, o bien lanzaban a lo interior de su alma un cierto destello metálico... Es muy peregrino el parentesco de los astros con el oro acuñado... La infeliz no tenía ya esperanza en nada ni en nadie más que en su amiguita... Había contado con que ella la salvaría... ¿Cómo?

Llegaban arrollados por el viento los estrépitos de la industria, el martilleo poderoso, los resoplidos de las máquinas, el mugido de los convertidores del acero que lanzaban por encima de las techumbres su chorro de chispas y escorias. Aresti admiraba esta grandeza industrial. ¡Todo era obra de su primo!

Divertido era este espectáculo, sobre todo cuando restallaban los airosos surtidores de las mangas de riego, y los chicos se lanzaban a la faena, armados con tremendas escobas.

Sólo a la vista de un sombrero caprichoso, o al recibir la noticia de la llegada de una compañía dramática, o al anunciarse que el Casino daría una reunión de confianza, ardía súbito en sus corazones el fuego sagrado de la inspiración, despertábanse sus poderosas facultades poéticas, y en arrebatado vuelo salían de casa y se lanzaban a la de la modista, a la guantería, a la perfumería, dejando en todos los parajes señales de su agitación y alguna parte del peculio profecticio.

Rezaba el cura, y a lo lejos parecían contestarle las ventanas del salón, bocas de luz que lanzaban arpegios de piano y trinos de romanza. Las oraciones fúnebres hablaban de la tierra, materia original, del polvo al que retornamos, del gusano compañero miserable de nuestro último sueño.

Ofreciendo los billetes á puñados, seguían durante horas enteras el jadear de su ídolo, atacando con el hierro la piedra, hasta que al quedar triunfante, lanzaban sus boinas al aire, gritando victoria más por el orgullo de la clase que por las ganancias de la apuesta. Todo les servía para arriesgar el dinero que la fortuna les arrojaba á manos llenas.

Pedían limosna; deteníanse ante las ventanas de los cafés, dando golpecitos en los cristales; lanzaban miradas intranquilas a los puestos exteriores de las tiendas, pensando en la posibilidad de un descuido... Iban a lo que saliese; el robo no les parecía gran pecado: chorar era una ocupación digna de elogio, si se hacía con habilidad y sin riesgo.

Neptuno, en mitad de la terraza con todo su séquito, procedió al bautizo de las pasajeras. Ocupaban éstas varias filas de bancos, como en un colegio, y cada vez que se levantaba una para recibir el agua lustral, los músicos lanzaban por sus largos tubos de cobre un rugido de bélica trompetería semejante al de las escenas wagnerianas.