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Vio otra vez la rueda girando y girando en el infinito; ¿pero realmente estaba inmóvil?... La duda, principio de nuevas verdades, le hizo mirar con mayor atención. ¿No era un engaño de sus ojos? ¿Sería él quien vivía en el error, y aquellos millones de seres que lanzaban gritos de júbilo en su prisión rodante estarían en lo cierto al creer que realizaban un nuevo avance con cada vuelta?...

Ellas, huesudas y distinguidas, con amplios escotes y largas colas, lanzaban un «¡ohde asombro cada vez que el croupier se llevaba con la raqueta las fuertes puestas, mientras ellos sacaban del bolsillo interior del smoking nuevos puñados de billetes, saludando su derrota con metálicas risas. Spadoni perdió en un golpe veinte mil francos.

Las bestias que hasta entonces puede decirse sólo sirvieran para producir leche, iban á dar en lo sucesivo más generoso alimento. El insípido régimen lácteo, debía ser abandonado por aquellos que se lanzaban en acción cada día más. Por su lado Russell, con gran oportunidad, inventó el mar por medio de su librito, quiero decir, le puso en boga.

Doña Manuela huyó de este estrépito, que la ponía nerviosa; pero antes de llegar al Principal hubo de detenerse entre sorprendida y medrosa. En el arroyo, la gente se arremolinaba gritando; algunos reían y otros lanzaban exclamaciones indecentes, chasqueando la lengua como si se tratara de una riña de perros.

Uno y otro descubrían una fuerza y una juventud iguales; uno y otro, robustos y llenos de energía, se lanzaban con ímpetu a la vida. Vaya dijo sonriendo Delaberge, he aquí al menos un punto acerca del cual nos hemos de entender muy fácilmente... En el terreno jurídico podremos combatirnos, siempre con armas corteses; pero hasta entonces firmemos una tregua,... ¿Quiere usted?

Sus cañones del tamaño de casas, sus fusiles y ametralladoras, que lanzaban plomo con la misma rapidez que una máquina de coser da puntadas, podían suprimir instantáneamente las manifestaciones femeninas, por numerosas que fuesen. Además, la mujer, acobardada por tantos siglos de servidumbre, tenía miedo á los procedimientos de violencia.

Lanzaban retos á las gentes de otros pueblos de Vizcaya y aun de Guipúzcoa, llevando en triunfo á su barrenador favorito, para que luchase con los más fuertes de otras comarcas.

Los pasos de los transeúntes sonaban en las aceras como un áspero y ruidoso frotamiento, y aglomerábase la gente en las puertas de los templos, negras y profundas bocas que lanzaban a la fría calle el denso vaho de su interior.

Las señoras lanzaban gritos de entusiasmo; se les arrasaban los ojos de lágrimas al ver el ansia con que la mamosa niña chupaba el pezón del frasco. Así que se hartó, despidiéronse todos de nuevo, no sin depositar antes cada uno un beso en las mejillas de la pobrecita expósita. El conde de Onís no había desplegado los labios en todo este tiempo.

Pero los convidados de doña Manuela eran personas de buen diente. Sólo «las magistraditas» y «las perchas» de López comían con cierto dengue y lanzaban miradas escandalizadas cuando veían en sus copas dos dedos de vino; pero los demás tragaban de buena fe, y el ruido de sus mandíbulas parecía gritar en el silencioso comedor: «Aquí se come y se goza... y ruede la bola