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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Son ya las dos de la madrugada. Mañana continuaremos, si a usted no le hastía seguir escuchando. Lo que lamento es que no sean ahora mismo las diez de la noche del día de mañana. Nos despedimos, con un apretón de manos.

¡Qué rayo de luz hubiera sido aquel lamento del niño para una de esas madres santas y prudentes que estudian y dirigen hasta el más ligero latido del corazón de sus hijos!... En él aparecía revelado un noble pundonor, que iba ya camino del orgullo, y una precoz propensión a la venganza, que espera oculta y paciente la hora de devolver desaire por desaire y ofensa por ofensa.

No quiero aquí tratar el gran contento Que toda la ciudad ha recibido, Ni menos la tristeza y el lamento Del malo, que se ya sometido. Y aunque esto de pasada yo lo cuento, Muy bien fué en el suceso conocido, Pues cualquiera rehusa ser mandado; Que el buey suelto se lame por el prado.

412 Más que yo y cuantos me oigan, más que las cosas que tratan, más que los que ellos relatan, mis cantos han de durar; mucho ha habido que mascar para echar esta bravata. Brotan quejas de mi pecho, brota un lamento sentido; y es tanto lo que he sufrido y males de tal tamaño que reto a todos los años a que traigan el olvido.

Y diciendo esto, levantose de la caja del piano próximo un murmullo vivo, que pronto fue un lamento, expresión de iracundas pasiones. Era la elegía de los dolores humanos, que a veces, por misterioso capricho de estilo, usa el lenguaje del sarcasmo. Luego las expresiones festivas se trocaban en los acentos más patéticos que pudiera echar de la voz misma de la desesperación.

Al verla pasar la puerta del tabuco creyó percibir en su oído un lamento desgarrador. Se iba para no volver: se cumplirían los presentimientos de la enferma. ¡La perdía para siempre! La cuesta de las Cambroneras y el paseo de los Ocho Hilos fue una calle de Amargura.

Al ver las ventanas abiertas en todo su largo para dejar entrada libre al aire sano del mar y los ecos de su eterno lamento, nadie en Filipinas diría que allí se encontraba un paciente, pues es costumbre de cerrar todas las ventanas y las más pequeñas rendijas tan pronto como alguno se acatarra ó coge un dolor de cabeza insignificante.

Y el gigante, con su bronca voz, se unía á este lamento acariciador, repitiendo monótonamente: No se muera usted, miss Margaret.... ¡No se muera! De pronto Ra-Ra lanzó un chillido casi femenil: No me contesta.... ¡Ha muerto!... ¡ha muerto!... Así era. Hacía mucho tiempo que él hablaba, sin que la joven pareciese oirle.

De su suave palabra, iba con ellos la persistente vibración en que se prolonga el lamento del cristal herido en un ambiente sereno. Era la última hora de la tarde. Un rayo del moribundo sol atravesaba la estancia, en medio de discreta penumbra, y tocando la frente de bronce de la estatua, parecía animar en los altivos ojos de Ariel la chispa inquieta de la vida.

Juntáronse sus cabezas, y sus cabellos y sus alientos se confundieron. ¿Y cuál es, Amaury? preguntó Magdalena. La de expresarse dos su amor juntos y en un mismo beso... ¡Te amo, Magdalena! ¡Te amo... Am!... Sus labios buscaron los de Amaury, que llegaron a rozar los de su amada; pero la última palabra, que más bien era un grito de amor indecible, acabó en un lamento de acerbo dolor.

Palabra del Dia

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