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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Aresti recordaba una noche de luna clarísima, al retirarse á casa después de una cena con los contratistas, en las afueras de Gallarta. Oyó un canto lúgubre que rasgaba como un lamento la calma de la noche, y vió pasar á un hombre, vacilante sobre sus piernas, que parecía ebrio, llevando á cuestas á otro, envuelto en una sábana, con un brazo colgante que le golpeaba á cada paso.

Lo único que lamento es que nos dejase tan pobres; aunque sus antecesores ya habían hecho más que él para arruinarnos. Los días en que había perdido se mostraba más quejumbroso, recordando las inmensas posesiones de los Castro de la conquista americana. Hay ahora inmensas ciudades en campos que dió el rey á mis antecesores.

Es un comediante dijo al recibir la noticia de la guerra , un comediante que al sentirse viejo va á hacer llorar al mundo... ¡Y que la suerte de los hombres dependa de él!... Miguel Fedor se consideraba aparte de los hombres. Lamentó la guerra como algo terrible para los demás, pero que no podía influir en su propia suerte.

No cesaba de hacerme toda clase de caricias, y al saber que yo también iba a la escuadra, se lamentó de ello, jurando que sería una lástima que perdiese un brazo, pierna o alguna otra parte no menos importante de mi persona, si no perdía la vida. Aquella antipatriótica compasión me indignó, y aun creo que dije algunas palabras para expresar que estaba inflamado en guerrero ardor.

Yo sabré deshacerme de él. Muy miserable y cobarde sería el hombre que tal hiciese. Lamento, , que vuestro agresor haya sido mi propio hermano, ¿pero entregaros? ¡Eso nunca!

Una crítica de los sonetitos aquellos.... ¿Y quién es Agustín Venegas para meterse a crítico? Lea usted. Don Román estrujó el periódico y leyó. A las pocas líneas se puso trémulo, pálido, balbuciente. Han creído que usted es el autor. Lamento lo que ha sapado. Nunca pude imaginar....

Al verle en la cama se aproximaba a él con el vaso de leche humeante, se lo hacía beber con mimos maternales, le arreglaba el embozo del lecho y cerraba cuidadosamente ventanas y puertas para que no le molestase un rayo de luz. ¡Esas noches en la catedral! exclamaba la compañera con expresión de lamento . Te estás matando, Gabriel: eso no es para ti. El padre dice lo mismo.

En realidad, parecía que el único objetivo de la existencia de Huberto fuera concurrir todos los días a su club. Lamentó que bajo su aspecto mundano no tuviera una inteligencia más propensa para cosas más útiles a la vida.

Un lamento de muerte rasgó el espacio, llegando a los oídos de todos los hombres. «¡El gran Pan ha muerto!...» Las sirenas se sumergieron para siempre en las glaucas profundidades, las ninfas huyeron despavoridas a las entrañas de la tierra para no volver jamás, y los templos, blancos, que cantaban como himnos de mármol la alegría de la vida bajo el torrente de oro del sol, se entenebrecieron, sumiéndose en el silencio augusto de las ruinas. «Cristo ha nacido», gritó la misma voz.

El doctor hizo coro con ella y la anciana condesa lamentó altamente no haber estado allí para arrojar a aquella desvergonzada a la puerta o al mar; el mar era una de las puertas del jardín. Pero don Diego, en lugar de unirse a las protestas de toda la familia, se aplicó a calmar ánimos y a vendar heridas.

Palabra del Dia

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