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Actualizado: 19 de junio de 2025
Prorumpió en amargas quejas contra el hombre de estado; vertió lágrimas; se lamentó amargamente de que hubieran negado á su marido un cargo á que podia aspirar por su cuna, y de que le hacian acreedor sus heridas y servicios; y habló con tanta energía, se quejó con tal gracia, desvaneció con tal maña los reparos, con tal eloqüencia esforzó sus razones, que no salió del gabinete hasta haber conseguido la fortuna de su marido.
Y entonces escribió este lamento, esta despedida a la vida, cuya grandeza no puede ser igualada por ningún canto, por ninguna palabra de la religión.
Tal vez más tarde lo visitase. Ahora tenía mucho que hacer: no podía dejar sola a esta señorita. Don Carmelo, acordándose de las obligaciones de su empleo, se lamentó de la presencia de Muiños en el buque. Llevaba realizados varios viajes sin que ocurriese una defunción a bordo.
Incansable peregrino de un errante y largo viaje, fue llevando por las rutas de su audaz peregrinaje 50 en la alforja de sus sueños su dolor de clima en clima, su dolor que fue acicate, voz nostálgica de aliento, al lanzar, transfigurado, su profético lamento en la breña de la pampa y en la nieve de la cima.
LA CHOUTE. Tienes razón, y, sin embargo, es algo más fuerte que mi voluntad... Temo ser menos linda que ayer... ¡No amo a nadie...! ¡Hasta lamento haber amado a tontitos como tú...! ¡Era cansarse...! ¡Me mustiaba! ¡Ay! Ahora soy más prudente... Me administro y me cuido mejor... Cuando sea rica, dentro de diez o de quince años, me retiraré.
«Va á ver á la doctora... pensó Ferragut . Todo ha terminado.» Lamentó la pérdida de esta mujer, aun después de haberla visto con su fealdad trágica y pasajera. Al mismo tiempo le escocían las palabras injuriosas, los insultos cortantes con que había acompañado su salida. Ya estaba harto de oírse llamar «meridional», como si esto fuese un estigma.
Entrando el capitan en su aposento, Al adultero mató de una estocada: La dama viene al grito con lamento, La gente viene al grito alborotada: Ayudanla á matar, ó crudo cuento, ¡Qué no hay quien te defienda, desdichada! Fenece la extremada hermosura En el colmo de extrema desventura.
Escuchó largo tiempo y no oyó otra cosa que el lamento dulce y melancólico de los sapos que cantaban al borde del camino. Descendió de su observatorio y llegó a gatas hasta el balcón, tan pronto bajando la cabeza para no ser visto, tan pronto levantándola para ver y oír. Volvió al sitio de donde el miedo le había arrojado y se aseguró de que Honorina dormía aún.
Y he aquí que el mismo lamento que anunció la muerte del gran dios de la Naturaleza, volvía a sonar como si reglamentase, con intervalos de siglos, las grandes mutaciones de la vida humana. «¡Cristo ha muerto!... ¡Cristo ha muerto!» Sí; ha muerto hace tiempo continuó el rebelde. Todas las almas oyen este grito misterioso en sus momentos de desesperación.
Y aquí son los improperios, las maldiciones, el lamento con todas las personas que entran al negocio, pero nada le vale: el cambiazo se efectuó delante de sus ojos y no supo verlo, y los trescientos pesos volaron del cajón como por arte de encantamiento.
Palabra del Dia
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