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Actualizado: 19 de junio de 2025
Es indudable que el fondo mío de pereza, de indolencia, ha dado pábulo a estas historias, no lo niego; lo inaudito para mis panegiristas o para mis detractores sería si oyeran que con frecuencia me lamento de mi manera de ser. ¿De no tener mayor actividad? ¿De no tener más espíritu de empresa? No, de todo lo contrario.
Los perros del cortijo ladraron furiosamente al oír el galope, cada vez más cercano, acompañado de gritos, rasgueos de guitarra y canciones de prolongado lamento. Ahí viene el amo dijo Zarandilla. Nadie pué ser más que él. Y llamando al aperador, salieron los dos fuera del cortijo para ver llegar, a la luz de la luna, el ruidoso carruaje.
Era el perro despidiendo al pobre albaet, lanzando un quejido interminable, con los ojos lacrimosos y las patas estiradas, cual si quisiera prolongar el cuerpo hasta donde llegaba su lamento. Fuera, don Joaquín daba palmadas de atención: «¡A ver!... ¡Que forme toda la escuela!» La gente del camino se había aproximado á la barraca.
Al fin, bien está lo hecho. ¿De qué me lamento en vano? ¡Traidor don Diego! ¡Á un anciano 815 Con una cruz en el pecho!... Así para quien se atreve Á las edades ancianas; Que es atreverse á unas canas Violar un templo de nieve. 820 Pero la mano piadosa Del cielo quiere que espante Á un Holofernes gigante Una Judit valerosa.
Pero al oír su lamento contra la soledad moral en que vivía, le señaló con expresión de protesta una ventana abierta del hotel, por donde se escapaban los sonidos del piano y el rumor de varias voces juveniles. «¿Y aquello?» Sánchez Morueta levantó los hombros con expresión de indiferencia. Lo que llaman mi palacio murmuró no es para mí más que una casa de huéspedes.
Las guardaban sin mirarlas y seguían su lamento: «Pan... pan.» ¡Y él había ido hasta allí para hacer la misma súplica!... Huyó, reconociendo la inutilidad de su esfuerzo. Cuando regresaba, desesperado, á su propiedad, encontró grandes automóviles y hombres á caballo, que llenaban el camino formando larguísimo convoy. Seguían la misma dirección que él.
Crispaba sus labios en ambas extremidades aquel pliegue oblicuo, huella de la amargura, del desprecio, del escepticismo, del vicio cansado siempre y no satisfecho nunca, que aparece tan al vivo en los buenos retratos de Byron, como si por allí se deslizaran todavía aquellas abrumadoras palabras de su último lamento: ¡Por todas partes, implacable y frío, Fue detrás de mis pasos el hastío!...
El sol se hallaba próximo a su ocaso, la temperatura era agradable y en el cielo no se veía ni una nube. De pronto interrumpió el silencio de los campos un lamento triste, prolongado, que al parecer salía de la débil garganta de un niño. Juanito y Polonia se miraron; el perro Fortuna gruñó sordamente y se acercó a su amo como dispuesto a defenderle. ¿Has oído, Polonia? preguntó Juanito.
Veo que hay sobrado motivo para justificar su deserción. Lamento que no se quede usted hasta el fin de la estación. Los últimos días son, a mi juicio, los más agradables. Cuando el movimiento social se ha calmado, vuelvo a encontrar al Etretat de antes, el de la época lejana en que yo venía aquí siendo joven. ¡Qué diferencia!
El también, pensando en su hijo, se lamentó como la esposa: «¿Por qué habremos venido?...» El también, con la solidaridad del dolor, compadeció á los del otro lado. Sufrían lo mismo que ellos: habían perdido á sus hijos. Los dolores humanos son iguales en todas partes. Pero luego se revolvió contra su conmiseración.
Palabra del Dia
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