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El susurro del viento, el canto melodioso de los pájaros y la luz de la aurora, eran la vida del porvenir que venía a consolarme, a desvanecer mi tristeza y a convidarme a nuevos goces. Yo me hallaba, además, satisfecha y hasta engreída de mi conducta, lo cual basta y sobra para aliviar y calmar todo dolor por grande que sea. Pude lícita y honradamente ser millonaria y no quise.

La única esperanza lícita para ella era que el Príncipe, reconociendo sus propias faltas y repudiando la obra cruenta a que se había consagrado, correspondiese por fin al amor y a la confianza que ella había puesto en él. Entonces, ese habría sido el rescate de su pasión: aunque mala en su origen, habría durado largo tiempo y producido un efecto bueno.

Reconocía que era hermoso de cuerpo, noble de alma, y culto y rico de inteligencia; que levantaba muchos codos por encima de los galantes frívolos, de los mozos simples y de los viejos verdes que más abundaban a su alrededor; que sentía una lícita y honda complacencia en verse objeto de sus codiciadas atenciones; que le ola con gusto y que se apartaba de él con cierta pena; que después de cada entrevista le duraba su recuerdo largas horas; que se preparaba para la inmediata con mayores precauciones que las de costumbre en parecidos casos, y, por último, que haría cualquier sacrificio por vencerle en el duelo medio empeñado entre ambos, es decir, por arrancarle el secreto de sus intenciones, la primera gota..., vamos, la señal de que el hielo se fundía al calor del... interés que ella le inspiraba; pero ¿no puede sentirse y desearse e intentarse todo esto sin amor? ¿No bastaba el móvil de la curiosidad para que lo sintiera, lo deseara y lo intentara una mujer como ella? ¡Oh!, el amor presenta síntomas bien diferentes de éstos; se nota en algo más profundo y más sensible que la memoria y el discurso; se siente en lo más vivo del corazón, y el de ella no era, hasta la fecha, más que una víscera que funcionaba con la inalterable regularidad de un cronómetro.

Entonces arrojó la pluma pecadora y se curó de toda tentación de meterla en donde no la llamaran; pero, en cambio, fue desde aquel momento un devoto, hasta lo místico, del arte en todas sus verdaderas manifestaciones, sin temores ni barruntos de que pudiera incurrir jamás en el feo vicio de profanarle con atrevimientos de aficionado, y con la lícita vanidad de ser el único español que, pudiendo, no había molestado a la paciencia pública con una sola «muestra de su menguado ingenio».

Una vez alcanzado el éxtasis, el alumbrado se tornaba impecable y le era lícita toda acción cometida en tal estado... Las afiliadas de la secta vestían de beatas con toca y sayal pardo.

Aquí no se pudo contener don Quijote sin responder: y, poniéndose entre los dos y apartándoles, depositando la albarda en el suelo, que la tuviese de manifiesto hasta que la verdad se aclarase, dijo: ¡Porque vean vuestras mercedes clara y manifiestamente el error en que está este buen escudero, pues llama bacía a lo que fue, es y será yelmo de Mambrino, el cual se lo quité yo en buena guerra, y me hice señor dél con ligítima y lícita posesión!

Don Quijote, a grandes voces, decía: -Teneos, señores, teneos, que no es razón toméis venganza de los agravios que el amor nos hace; y advertid que el amor y la guerra son una misma cosa, y así como en la guerra es cosa lícita y acostumbrada usar de ardides y estratagemas para vencer al enemigo, así en las contiendas y competencias amorosas se tienen por buenos los embustes y marañas que se hacen para conseguir el fin que se desea, como no sean en menoscabo y deshonra de la cosa amada.

-Nunca yo acostumbro -dijo don Quijote- despojar a los que venzo, ni es uso de caballería quitarles los caballos y dejarlos a pie, si ya no fuese que el vencedor hubiese perdido en la pendencia el suyo; que, en tal caso, lícito es tomar el del vencido, como ganado en guerra lícita.