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Actualizado: 4 de junio de 2025
Aquella mañana no había en doña Luz ascetismo ninguno, o por lo menos, no había acudido aún el ascetismo. Estaba doña Luz vestida con una linda bata, y los cabellos rubios, no peinados aún, recogidos en red sutil. Recostada lánguidamente en una butaca, leía, ya en este, ya en otro, de dos libros que tenía al lado. Eran Calderón y Alfredo de Musset.
Aquel día, una tibia tarde de septiembre, la enferma, a pesar de su extremada debilidad, había querido que la llevasen al jardín y lánguidamente echada en su hamaca, estaba evocando, con voz ya lejana, sus recuerdos de la primera juventud, enjambre de mariposas color de rosa que revolotean alrededor de la frente de los moribundos en la hora del último crepúsculo.
Con un pequeño latir en el corazón, pensaba Delaberge en la vieja hospedería con su umbral, al que se subía por cinco escalones y con su muestra de hierro enmohecido, en los ojos lánguidamente soñadores de la señora Miguelina y en la figura rabelesiana y llena de malicia de su esposo...
A cierta distancia tropezó con un joven que de pié, con la cabeza levantada, miraba fijamente hácia la casa. Basilio reconoció á Isagani. ¿Qué haces aquí? preguntóle. ¡Ven! Isagani le miró vagamente, se sonrió con tristeza y volvió á mirar hácia los balcones abiertos, al través de los cuales se veía la vaporosa silueta de la novia, cogida del brazo del novio, alejándose lánguidamente.
¡Qué es eso?... ¡Caramba!... ¿Qué tienes?... repetía Melchor, inclinado cariñosamente sobre el cuerpo de Lorenzo. ¡No sé!... repuso éste, poniéndose de pie y reclinándose lánguidamente en el pecho de Melchor, no sé... hace rato... ¡tengo una opresión...! que no oiga Ricardo...
El bando contrario acogía la visita diplomática con gran removimiento de sillones, para ofrecer los mejores sitios, y la conversación desarrollábase lánguidamente sobre recuerdos de elegancia y de grandes compras.
Don Juan se dio en seguida a pensar en lo bonita que estaría aquella mujer envuelta en una bata lujosa, lánguidamente tumbada en una butaca, o vestida de baile con los brazos desnudos, ceñido el cuerpo en sedas y encajes, o mejor aún, en el momento de lavarse y peinarse, que es el instante más favorable para saber si la belleza femenina está en aquel punto de sazón y frescura que la hace ser la obra maestra de Dios.
Con estos antecedentes, ya puedo desarrollar la situación dramática, de un efecto horriblemente sublime. Veamos: ella está en su cuarto, lánguidamente sentada junto á un veladorcillo, y piensa en el Apolo de Azabache, charolado objeto de su pasión. Hojea un álbum, y de tiempo en tiempo su rostro se contrae con aquel siniestro mohín que la hace tan espantablemente guapa.
Los que tal imaginasen no saben lo que es el amor cuando prende en el corazón de un artista. Timoteo se complace siempre en alimentar este amor con incesantes y secretas meditaciones y gusta de exhalar sus quejas lánguidamente por medio del violín. Presentación lo sabe. Sabe que todos los nocturnos melancólicos, lo mismo que las arias trágicas desgarradoras, a ella van dirigidos.
Sentada lánguidamente en un gran sillón, los brazos colgando, la cabellera suelta, dejaba errar sus ojos melancólicos, y Soñadora, miraba vagamente hacia el espacio. Buenos días, señora dijo el doctor . Puede usted sentarse a su comodidad, soy yo. Se levantó sobresaltada, corrió a él y le dijo: ¡Es usted, amigo mío!
Palabra del Dia
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