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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Reunidas en el comedor, tenían las manos lánguidamente caídas sobre la carpeta de terciopelo rojo, menos Carmen, que con las suyas se cubría la cara para seguir más abstraída en la imaginación de las escenas que había evocado la anciana. ¡Qué mal hace abuelita, dijo Zoraida, de hablar así delante de esta chica! Tiene ya la cabecita llena de novelas.
¡Qué... loco! contestó una de las hermanas, doña Anunciación . Diga usted, marqués, que ojalá Dios se acordase de él, antes que verle así. Hubo unánime aprobación por señas. Muchas cabezas se inclinaron lánguidamente; y se volvió a suspirar. Aquello del republicanismo no necesitaba comentarios.
Chonito caminaba con la nariz pegada al suelo, sus ijares se estremecían de impaciencia, de cuando en cuando se volvía para cerciorarse de que le acompañaba el cazador. ¡Ahora! exclamó el de Naya . Eh, Julián, mándele que entre.... Entra, Chonito, entra murmuró lánguidamente el capellán.
Dirigió Mutileder la vista hacia el punto de donde la voz procedía, y vio recostada lánguidamente en un ancho sofá a una dama morena y majestuosa como una emperatriz, vestida de blanca y flotante vestidura, con una cabellera abundante, lustrosa y negra como la endrina, y con unos ojos que parecían dos soles de luto, así por el fuego y los rayos que despedían, como por su oscuro color y por el color, no menos oscuro, de las cejas, de las largas y rizadas pestañas, y aun de los párpados suaves, cuyas sombras acrecentaban el resplandor fulmíneo de los referidos ojos.
Algunas de ellas sólo tienen una existencia temporal; después de haber manado durante cierto número de horas, se secan repentinamente; los pequeños saltos de agua cesan de susurrar, las paredes de su balsita se secan y las hierbas que humedecía se doblan lánguidamente.
Respirábase en el comedor un ambiente cargado de discreción, que á nuestro mancebo le producía la misma inquietud y malestar y los mismos desmayos enervantes que si estuviese cargado de electricidad. Y ya se entregaba lánguidamente á pensamientos tristes de muerte, cuando empezaron á dibujarse en su desmayado espíritu los contornos de una idea fortificante y regeneradora: la idea de marcharse.
Las guitarras sonaban metálicamente bajo los golpes violentos y secos en las bordonas; el acordeón se quejaba en el desmayo rítmico de sus notas, prolongadas en calderones que le exigían todo el desarrollo de su caja y, aprovechando uno de éstos, Melchor se puso al frente de la rubia arrastrando la pierna izquierda cuyo pie trazó en el suelo un semicírculo y pasándole el brazo derecho por el talle, al que se ajustó como un cinturón ardiente, le tomó, con toda delicadeza, la punta de los dedos de su mano derecha que levantó hasta la altura de los hombros y mirándola lánguidamente en los labios temblorosos, empezó a bailar tan unido a ella
¿Pero no me amáis? ¡Ay!... ¡sí!... exclamó doña Catalina tendiendo lánguidamente su mano y de una manera instintiva á Quevedo. ¡Ah! exclamó Quevedo, apoderándose de aquella mano ; ¡y cómo me da la vida vuestro amor! Soltad, que estas monjas son muy curiosas, y siempre están en acecho. Decís bien; siempre andan alrededor de los del mundo, que se les acercan como el gato alrededor de las sardinas.
Palabra del Dia
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