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Actualizado: 8 de junio de 2025
5 Entonces Sarai dijo a Abram: Mi afrenta [es] sobre ti; yo puse mi sierva en tu seno, y viéndose embarazada, me mira con desprecio; juzgue el SE
En los escollos de esta mar bravía Yo no quiero sin gloria sucumbir; Yo no quiero que llores por mí un día; No quiero que me llores, Madre mía... ¡No quiero ser así! Y mientras yo responda a tu reclamo, Mientras me juzgue con tu amor feliz, Y ardiendo en este afecto en que me inflamo, Te diga muchas veces que te amo, ¿Te olvidarás de mí? ¡Ah, no, dulce recuerdo de mi vida!
Así lo publica nuestro reconocido agradecimiento, pues aunque en su católico celo nada hay en esta especie, que su generosidad lo juzgue exceso, verdaderamente que los favores y expresiones hechas á los Jesuitas del Paraguay, pudieran parecer exceso en otro amor y en otro Rey.
Sí, sí, D.ª Rafaela, por Dios, no me juzgue usted bueno... Soy muy malo... ya verá usted... La prendera no pudo menos de sonreír llena de benevolencia al ver el calor con que hablaba aquel inocente. Vamos, diga usted, criatura, diga usted. A ver qué maldades son ésas. ¡Sí que lo son!... ¡Ay, señora! La idea de que usted me tiene por mejor de lo que soy me martiriza.
15 y despojando los principados y las potestades, sacándolos a la vergüenza en público, confiadamente triunfando de ellos en él. 16 Por tanto, nadie os juzgue en comida, o en bebida, o en parte de día de fiesta, o de nueva luna, o de sábados; 21 No toques, No gustes, No trates?
César de Colonna, enamorado ciegamente de la bella Margarita, y ya en vísperas de casarse con ella, oye de sus labios la confesión, de que no puede amarlo, aunque lo juzgue digno de ella, bajo todos aspectos, y que sólo ha dado su consentimiento á ese enlace en consideración á los deseos de sus padres.
Inexperta y alucinada, juzgué que el mejor empleo y ocupación de mi ser era el amor, los goces ó la incitante gloria, cosas ¡ay! de liviana realidad que se desvanecen pasada la ilusión primera. Mi alma está pura, y anhela reposarse en el bien. Aborrezco el mundo; pienso sólo en Dios, imán de nuestros corazones, fuente de toda salud, principio de toda inteligencia.
Juzgue usted del contento que sucedió en su alma a tantas inquietudes y dolores, cuando supo que se le daba a mi madre por esposa. Pero, como a él no le bastaba con experimentar semejante alegría, sintió la necesidad de hacerla compartir. Saumur no estaba lejos del cuartel general del ejército.
Pero entonces, allí, en presencia de un cuadro que me recordaba toda mi niñez, viendo en el altar a un sacerdote digno y virtuoso, aspirando el perfume de una religión pura y buena, juzgué digno aquel lugar de la Divinidad; el recuerdo de la infancia volvió a mi memoria con su dulcísimo prestigio, y con su cortejo de sentimientos inocentes; mi espíritu desplegó sus alas en las regiones místicas de la oración, y oré, como cuando era niño.
En fin, no podemos soportar la idea de que Vd. algún día nos juzgue sabedores, tal vez cómplices, de la perfidia de su ingenio. No la quiere a Vd., no puede quererla, señorita. Usted une, a sus muchas cualidades, la riqueza: esta es la madre del cordero. Es mentira dijo Paz ofendida me quiere por mí, por mí sola. Lo que Vd. dice no es verdad. ¡Ojalá no lo fuese!
Palabra del Dia
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