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Actualizado: 20 de junio de 2025
Poldy esperaba que permaneciese secreto su impremeditado desliz; el mal paso que había dado y que por lo menos calificaba ya de imprudente locura. Por otra parte, en ocasiones en que su humor era menos negro, Poldy se juzgaba con alguna indulgencia y hasta llegaba a absolverse de su culpa, dado que la hubiese.
Y para ello decidió emplear su buena maña y sus suaves rodeos; pero como Rafaela profesaba con ardor una filosofía de la historia totalmente contraria a la del gaucho y era además una española llena del más ardiente patriotismo, siempre le faltaban la paciencia y el disimulo para no impugnar con violenta furia los asertos del gaucho, que ella juzgaba intolerables errores y desaforadas blasfemias.
Debía caer en los primeros días de la primavera, a tiempo para que las lilas blancas pudiesen florecer sobre su tumba. La pobre joven presentía su destino y juzgaba sobre su estado con una clarividencia bien rara en los tuberculosos. Quizás hasta tenía sospechas del mal que minaba a su madre.
¡Dios sea bendito! exclamó Margarita, levantando los hermosos ojos, llenos de lágrimas, al cielo, que en el amargo y negro día en que para mí juzgaba ya cerradas todas las puertas de la esperanza, la felicidad encuentro, no embargante el dolor que siento porque mi desdichada madre no vive, y es testigo y partícipe de mi ventura.
Fue, pues, poeta subjetivo, si se atiende a que, por declaración propia, no hay una sola de sus fábulas que no forme parte de su autobiografía; y objetivo, por que él mismo se ponía como objeto de su observación, y, con otro yó independiente, creaba la obra, juzgaba y condenaba a sus héroes, y absolvía al cabo o consolaba al menos con el bálsamo celestial, con el calmante maravilloso de la beldad poética.
Nunca se había atrevido á confesar este misterioso efecto; pero Velázquez llegó á notarlo, y como era hombre complaciente cuando no se tocaba á su orgullo, procuraba evitarle el disgusto; tanto más, cuanto que tampoco era muy inclinado á mostrar esta habilidad, que juzgaba poco varonil. Á este inexplicable efecto uníase ahora otro que se explicaba perfectamente.
En gran manera siente la huida De Garay el Virrey; y se sonaba Que corriera peligro de la vida Si el Virrey le cogiera, y procuraba Vengar la desverguenza cometida, Que por tal, se decia, la juzgaba: Que quieren los señores, segun veo, Los sirvan á medida del deseo.
La señora Chermidy se había propuesto darle una lección de toxicología. No juzgaba inútil enseñarle el empleo de los venenos, y había elegido, en consecuencia, a los convidados. Estos eran un magistrado, un profesor de medicina legal y el señor de La Tour de Embleuse. Aparentando indiferencia hizo recaer la conversación sobre el capítulo de los venenos.
Tenía usted razón y le juzgaba con más acierto que yo... Yo me dejé enredar por sus palabras halagüeñas, por su ternura superficial y por sus vanas y vagas protestas... Me había gustado... ¿Cómo lo encuentra usted? Muy agradable. Su persona, sus gustos, su ingenio, su posición... su fortuna, hermosa sin ser colosal, sus relaciones, todo él me agradaba... y tuve la debilidad de escribirle...
En cambio, el señor Diego de Bracamonte, de la casa de Fuente el Sol, descendiente de Mosén Rubí de Bracamonte y emparentado con la más clara nobleza de Castilla, juzgaba, lleno de heroico desenfado, la política del Rey. La arrogancia de aquel hombre se erguía almenada y sola. El discurso flameaba en su boca cual sedicioso pendón. Aun su mirada y su ademán eran temerarios.
Palabra del Dia
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