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Actualizado: 28 de junio de 2025
Consiste en una aplicación de líquido corrosivo, a base de iodo, que consume los tejidos superficiales hasta dejar al descubierto la primitiva piel. Son tres semanas de torturas; pero en seguida encuéntrase usted con una piel de jovencita. LA DAMA. ¡Está bien! ¡Conformes...! ¿Y para el rostro...? LA CHOUTE. ¡Déjeme que la mire...! ¡Ah, sí...! Tenemos tres tratamientos.
La pequeña Judit agregó el notario, una jovencita que hace siete u ocho años fue admitida como figuranta en el cuerpo de baile. Aguarde usted... dijo el profesor de Derecho con un tono algo pedante. ¿Una rubita que en La Muda hacía el papel de uno de los pajes del virrey?
Sí continuó la sastra y un joven militar se metió una tarde por esa puerta de que hablo; se metió aquí... Yo me malicié, cuando le vi, que habla aquí alguna jovencita. Pero señora dijo Paz, poniéndose en pie ¿está usted segura de lo que dice? ¡Un hombre ha entrado aquí ... aquí, en esta casa! Sí, señora: yo lo he observado. Se coló por el cuarto de unas vecinas ... amigas mías. Yo lo he visto.
Es una ceremonia imponente, muy imponente manifestó con gravedad y poniendo los ojos en blanco una jovencita rubia que seguía las huellas de Araceli . Cuando la tomó mi prima la marquesa de la Suave-Conquista vino antes a ensayarse con mamá, que ha sido camarista de la reina Isabel.
Al través de su piel blanca como la leche, se distingue el azul de las venas y el rojo de la sangre cuando el rubor o la expresión la enciende. Sus finos cabellos, negros como el azabache, caen sobre los hombros, de suerte que le dan todo el aspecto de una jovencíta. Nadie diría que tiene más de treinta años.
Porque en Tucumán el cupido o el sátiro no estaba ocioso. Agrádale una jovencita, la habla y la propone llevarla a San Juan. Imagináos lo que una pobre niña podría contestar a esta deshonrosa proposición hecha por un tigre.
Le mostró retratos suyos que databan de algunos años. Ulises tardó en reconocerla al contemplar la fotografía de una japonesa delgada, jovencita, envuelta en un kimono sombrío. Soy yo, cuando estuve allá. Nos interesaba conocer la verdadera fuerza de ese pueblo de hombrecitos con ojos de ratón. El otro retrato aparecía con falda corta, botas de montar, camisa de hombre y un fieltro de cow-boy.
Le conocí cuando yo servía en casa de D. Mauro Requejo..., y por cierto que el señor licenciado y yo tuvimos una cuestión con motivo de cierta jovencita..., una infeliz, señora, una desgraciada chiquilla, huérfana de padre y madre. A ver, cuéntame eso. Pues los Sres. de Requejo, que eran dos puerco-espines martirizaban a la damisela.
La mujer que eligió por esposa era una jovencita, casi una niña, linda, vivaracha, nariz arremangada, más alegre que unas castañuelas, perezosa y juguetona como una gatita.
Aquí era donde celebraba esos coloquios secretos, tan sabrosos para las mujeres, donde su pensamiento se vacía por entero, pasando de lo más escondido y profundo a las frivolidades del día, los pormenores del traje y de la moda. Pocos segundos después de quitarse el sombrero apareció Estefanía. Era una jovencita pálida con hermosos ojos negros.
Palabra del Dia
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