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Actualizado: 28 de junio de 2025


Y la jovencita Helouin por el mismo camino continuó la señorita de Porhoet. ¡Dios mío! ¿qué es lo que pasa? dije, arrojando un grito de sorpresa.

¿Era acaso muy natural que el Conde d'Arda, después de haber llevado hasta los cuarenta y cuatro años la vida necesariamente disipada del soltero rico, sin sentir más temprano la necesidad de un afecto legítimo, se redujera permanentemente a la existencia del marido ejemplar y se contentara con el ingenuo amor de aquella jovencita? ¿Y era inadmisible, inverosímil, que la esposa enamorada, ignorante del mundo, circunscribiera todo el gozo de la vida a su nuevo estado?

Daban empellones para hacer mayor el círculo en torno del caído; pero inmediatamente se volvían hacia éste, ordenando socorros inútiles, y otra vez se estrechaba el espacio, llegando los pies de los más avanzados junto á la boca aulladora del moribundo. Una jovencita había trotado espontáneamente hasta el bar de la entrada del Casino, volviendo con un vaso de agua. ¡Antonio!... ¡Antonio!

Si su persona y su carácter no desagradaban a la jovencita, ¿qué importaba la diferencia de edad? ¿La experiencia que había adquirido con los años, no hacía de él un partido más conveniente que tantos otros?... Pero sobre todo, la amistad que lo unía al padre, ¿no era una garantía de que consagraría toda su vida a hacer feliz a la hija?

El Conde d'Arda, que había visto nacer a la hija de su amigo y de niña la había querido como un segundo padre, en presencia de la jovencita debía haberse sentido dominar por un sentimiento distinto, más dulce y atormentador.

Palabra del Dia

rigoleto

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