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Actualizado: 25 de julio de 2025


Y Nélida no puede sufrir rivalidad alguna... ¡Un hombre que se distingue por sus amoríos y no se digna fijar los ojos en ella, que se considera la mujer más hermosa del buque!... No ha necesitado más para correr hacia usted. Isidro había seguido de cerca la rápida transformación de Nélida.

Y riendo como un chicuelo travieso, le arrojaba a la cara los ramilletes. Pero ¡Isidro, hijo mío protestó Feli , que vas a despertar al señor Vicente!... Que se fastidie ese sacristán; que reviente el rapavelas. ¡Abajo el obscurantismo! ¡Viva el arte y la juventud!

¡Ah, maldito borracho! ¿Pues no le había de conocer?... Era Coleta, que divertía al barrio con sus extravagancias de beodo. Isidro siguió adelante, y al llegar a la casa del Mosco llamó en vano repetidas veces a la cerrada puerta. Una mujer acudió con las manos cruzadas sobre el vientre.

La muchacha admiró las grandes tiendas de antigüedades y las de muebles con sus sillerías de sedas vistosas que alegraban los sombríos rincones del caserón. Isidro mostró a Feliciana un hombre obeso y cejudo que en la puerta de su tienda enseñaba unas planchas pintadas en cobre a dos señoras extranjeras. Aquel era su tío; debían pasar sin saludarlo, no creyera que iban a pedirle algo.

Sin ir más lejos, mañana habrá cuestión. ¿No es mañana San Isidro? JOAQUÍN. . ISIDORA. Pues yo deseo ir a la pradera y ver la romería, que nunca he visto, y él se empeña en que no he de ir... Allá veremos. ¡Dios de mi vida, qué tarde! JOAQUÍN. ¿Y cuándo te veré? JOAQUÍN. Abur, chiquilla. Vale infinitamente más que yo. Capítulo VII Flamenca Cytherea

El pobre hermano, siervo resignado de su gloria, esclavo de su propia conquista, inspiraba lástima a Isidro.

Después de tales encuentros, evitaba Isidro el tránsito por los corredores a esta hora matinal, temiendo el enojo de las señoras. Al verle luego en el paseo rehuían su saludo o lo contestaban con sequedad, como si le hiciesen responsable de una falta de consideración... Pero el recuerdo de estas sorpresas le hacía sonreír con cierto orgullo.

Todo ha sido una broma. Confiesa, Isidro, que he sabido marearte, y olvida esas tonterías. Feliciana dijo el joven gravemente , no llores. Broma o realidad, bendigo tu valor que te ha permitido decirme tales cosas. Tienes razón: soy un tonto; pero orgulloso, nunca. El ciego ya ve; el distraído se fija.

La muchacha intentó detenerse. ¿Adónde iban por allí? Pero Isidro la empujó con dulzura. Echa para adelante; vienes conmigo, que te respeto y soy un caballero. No vamos a pasearnos por una calle donde tantos nos conocen: nos sería imposible hablar. Siguieron un camino entre los sembrados, ennegrecido por la carbonilla de una fábrica cercana. Feli continuó el joven , era preciso que hablásemos.

Al día siguiente, resistiendo al empeño de Maxi que quería llevarlas a San Isidro, fueron, como estaba concertado, a la calle de Mira el Río. Temía Fortunata aquella visita por diferentes motivos, no siendo el menor la pena que le causaría, ver los restos de Mauricia. Temerosa y sobresaltada, quedose en la salita, donde estaba doña Fuensanta con un pañuelo negro por los hombros.

Palabra del Dia

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