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Actualizado: 25 de octubre de 2025


La vida era alegre; había que dar a la vida un sentido helénico, y el helenismo no podía ser más fácil de conseguir: estaba en el escaparate de una confitería, en los ojos de una tierna muchacha, aunque hubiese nacido entre los estercoleros de Tetuán. Feli le aguardaba en el rellano, trémula de miedo. Isidro, ¿eres ? preguntó con voz acongojada. Había anochecido.

Día memorable fue para Juan Pablo aquel en que tropezó con un cierto amigote de la infancia, camarada suyo en San Isidro. El amigo era diputado de los que llamaban cimbros, y Juan Pablo, que era hombre de mucha labia, le encareció tanto su aburrimiento de la vida comercial y lo bien dispuesto que estaba para la administrativa, que el otro se lo creyó, y hágote empleado.

¡Bien empieza el día para éstos!... murmuró Isidro . Y la yanqui parece una niña con ese casquete gracioso de paje veneciano. ¡Qué pedazo de mujer!... Buenos días, señora.

En Navachescas hay otro ladrón que lleva muertos dos dañadores, y, según dicen, tiene ganas de verme delante de su escopeta. Isidro y el vendedor de periódicos cruzaban una mirada de inteligencia. Era cosa convenida: lo dejarían para más adelante.

Pero el señor Manolo y su amigo no distinguían nada. Isidro, con la pierna dolorida, despreciando los tropezones, como si ya no le pudieran ocurrir peores males, caminaba con los ojos puestos en Venus, que lucía en el horizonte. Al subir una cuesta, el astro remontábase en el cielo; cuando bajaban, hundíase, hasta quedar al ras de la colina de enfrente.

Tal mortal afortunado fué nuestro amigo Martinán. Este incansable polemista iba en camino recto de hacerse rico. El consumo de su taberna había crecido de modo tan prodigioso que ya no le bastaba el vino y aguardiente que por el puerto de San Isidro le traían los arrieros de León; él mismo se vió necesitado á hacer algunos viajes á Palencia y traer algunos carros bien cargados.

El famoso Marco Polo en lo antiguo, y Livingstone o Stanley en estos tiempos, fueron junto a ellos exploradores de poco más o menos. ¿Qué mayor expedición que ir desde el Noviciado a la Puerta de Hierro haciendo escala en el Puente Verde para llamar ¡todas! ¡todas! a las lavanderas del río? ¿Pues y el viaje a Moratalaz o Amaniel para ver hacer el ejercicio a la tropa? ¿Y el ir a extasiarse ante los puestos de San Isidro, en vísperas de romería, o marcharse en invierno a ver si se había helado el Canal del Lozoya?

Isidro los contempló con un desprecio admirativo. Empezaban su tarea diaria, que había de concluir pasada media noche, sin más intervalos que los de las comidas. «¡Qué gentes! pensó . Hacen el viaje sin saber dónde están, sin haber echado una mirada al mar. En el comedor comentan entre bocado y bocado los incidentes del juego.

Después habló para acusarse a misma, sin dirigir el menor reproche al joven. Ella tenía la culpa: debía haber evitado esta soledad, negarse a entrar en el cementerio con Isidro, que estaba acostumbrado a los mayores atrevimientos con sus impúdicas amigas de Madrid... ¡Besarla!... ¡y en aquel sitio!...

Feli vivía en dulce somnolencia, absorta por su felicidad, algo asombrada de que el mundo guardase ocultas tantas delicias. Todo le parecía bueno; se abandonaba con sublime impudor; sentíase capaz de caer en los brazos de Isidro en plena glorieta de los Cuatro Caminos con el mismo arrobamiento que si estuvieran en despoblado.

Palabra del Dia

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