Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 25 de octubre de 2025
En los años de 1595, en la canonización de San Jacinto; en el de 1614, en la beatificación de Santa Teresa, y en 1622, en la canonización de San Isidro de Madrid , hubo justas poéticas de esta especie, á que concurrieron casi todos los poetas más afamados de España. La osada y fecunda fusión de lo sagrado y lo profano, peculiar al catolicismo español, penetró también en las fiestas religiosas.
El catedrático de Física e Historia natural, señor Marroquín, era un antiguo republicano de barricada, que había perdido la plaza de auxiliar en el Instituto de San Isidro por sus ideas políticas y religiosas. En toda España no había hombre más heterodoxo que él: no creía ni en la madre que le parió.
Maltrana, conocedor de las costumbres del presidio, imaginábase en qué lugar indeclarable podría guardar el valentón esta arma, que era como el cetro de su amenazadora majestad. Siéntese un poquiyo, don Isidro, y descanse... Tú, dale un asiento ar cabayero... Les estaba proponiendo a estos chicos un negosio; un modo seguro de haserse ricos.
Maltrana salió a la calle, y a los pocos pasos hubo de apoyarse en la pared. Tenía frío: un frío de sepulcro, que se le colaba hasta el alma. Lucía el sol de la tarde, un sol que Isidro no había visto nunca; un sol obscuro, empañado, fúnebre, como si el astro del día enviase sus rayos al través de negra urdimbre; como si estuviese envuelto en un crespón. Ya no volvió a las Cambroneras.
¡Ah, calavera hipócrita! prosiguió Isidro . Cuando estemos en Buenos Aires iré un día a su establecimiento de la calle de Alsina, para decirle a la señora de Manzanares quién es su marido... Así lo haré, a menos que no me soborne con un par de botellas de champán. Una oleada verdosa se extendió por el rostro del comerciante.
Lo que le pido es un esfuerzo; que me salve, que nos saque de este atascadero, hasta que yo pueda marchar solo. Secáronse los ojos de la vieja e hizo una mueca dura, como si de repente se extinguiese su emoción. No podía salvar a su nieto; ella era una pobre. Y cruzó los brazos, mostrándose resuelta a escuchar sin conmoverse cuanto le dijera Isidro.
Cuando Isidro salió del depósito, siguiendo la roja tela, vio la orilla del río, el puente y la glorieta de Toledo cubiertos de blusas blancas, de sombreros y gorras que se elevaban, dejando las cabezas al descubierto al paso del ataúd.
Repita usted, Isidro, tales cosas a los de tercera clase, y seguramente que no llegamos a Buenos Aires. Se van a sublevar, a hacerse dueños del buque. Pero Maltrana, dominado por su emoción, no le escuchaba y siguió hablando: ¡La miseria!... Sé lo que es, y quiero evitar que la conozcan aquellos que yo amo. Usted, Fernando, ignora mi vida.
¡Qué Ojeda! murmuró Isidro mirando por los cristales . Veremos en qué viene a parar toda esta música. Sintióse sin fuerzas para seguir paseando por la cubierta. El calor había dispersado a las gentes. Todos gozaban la frescura de la siesta, ligeros de ropa, en el interior de sus camarotes o en los encontrados huracanes de los ventiladores del fumadero.
Y si no, ahí tienes a tu abuela, que piensa todo el año en la sábana. ¿Para qué la querrá, una mujer que todo el mundo sabe que es rica? ¡Las hembras, Isidro, mala gente!... Tu abuela me ha visto en varios apuros: tuve que pagar el arrendamiento de las tierras que cultivo ahí enfrente, porque ya sabes que yo soy agricultor antes que trapero.
Palabra del Dia
Otros Mirando