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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Ya sabía ella lo que tenía que decir. Primero, mucha ira, mucha protesta de dignidad, mucha palabrería contra Amparo y Agustín, después una serie de modulaciones de transición. Era evidente que Isabelita necesitaba baños de mar y Alfonsito también... Ante esta necesidad, los gustos de ella, sus escrúpulos, no tenían ningún valor.
No pudiendo ella lucirse en las provincias del Norte, quería vengarse de su destino engalanando a su prole; ya se había provisto de figurines, y proyectaba cosas no vistas para que Isabelita y Alfonso publicaran en la Plaza de Oriente, entre la festiva república de niños, el buen gusto de su opulenta mamá. «Tiene Sobrino unos abrigos de verano decía Milagros , que me entusiasman.
Mis hijos, ¿dónde están? murmuró Bringas. Junto a la puerta estaban Isabelita y Alfonsín, aterrados, mudos, sin atreverse a dar un paso: el pequeño con el pan de la merienda en la mano, masticándolo lentamente; la niña seria, con las manos a la espalda, mirando el triste grupo de sus padres consternados. Rosalía les mandó acercarse.
Doy a Milagros los treinta duros que necesita ¡la pobre!, y aún me queda algo para el pedazo de foulard, para las dos o tres plumas del sombrero de Isabelita y los botones de nácar.
Doña Juana anda siempre hecha un lince vigilando a Isabelita, a quien nunca he podido hablar y a quien no me he atrevido a escribir, porque no recibiría mis cartas. Desde Carratraca presumí, no obstante, que la muchacha me quería, porque involuntaria y candorosamente me devolvía con gratitud y con amor las tiernas y furtivas miradas que yo solía dirigirle.
En lo relativo a interés, lo mismo le daba dos, que cuatro, que seis. «Esto es material, hija, y mientras más provecho para usted, mayor será mi satisfacción». Dudó Rosalía un ratito; pero al fin todo fue arreglado a gusto de entrambas, y aquella misma tarde se extendió y firmó el contrato en la Furriela, con todas las precauciones necesarias para que Isabelita, que andaba husmeando por allí, no se enterase de nada.
Jacinta besó al delincuente, con gran estupefacción de los otros chicos. «Pues tienes bonito el delantal». Juanín tenía el delantal como si hubiera estado fregando los suelos con él. Toda la ropa estaba igualmente sucia. Tiita le dijo Isabelita haciéndose la ofendida . Si vieras... No hace más que arrastrarse por los suelos y dar coces como los burros.
Digo que Isabelita, si alguna vez jugaba con muñecas, no tenía en esto gusto tan grande como en reunir y coleccionar y guardar cosillas. Tenía la manía coleccionista.
Aquel vicioso que tan mal había empleado su tiempo, se sorprendía ahora de verso ocupado en puerilidades, y bastaba cualquier síntoma de dolencia en Isabelita, para que se olvidase de los negocios de Estado y de los malos pasos en que andaba la corona.
Y hoy su madrastra doña Juana la cela, la muele, la domina y se empeña en que ha de casarla con su hermano D. Ambrosio, que es un grandísimo perdido y a quien le conviene este casamiento, porque Isabelita está heredada de su madre, y, para lo que suele haber en pueblos como éste, es muy buen partido.
Palabra del Dia
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