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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Y más agradecida ha quedado a Isabelita, que por el mismo motivo se sacrifica también, a pesar de lo enamorada que está de D. Ambrosio. No he de negar yo, mi querido maestro, que la tramoya de que se ha valido la chacha Ramoncica tiene mucho de censurable; pero tiene una ventaja grandísima.
Al llegar a la puerta de la casa, salió Isabelita al encuentro de su mamá gritando con inocente júbilo: «¡Papá ve, papá ve!». Entraron apresuradamente Rosalía y Pez, poseídos de gozo por tan buena nueva, y vieron a D. Francisco que se paseaba de largo a largo en Gasparini con la venda alzada, gesticulando, tan nervioso y excitado que parecía demente.
Las graciosas pollas, en cuya tierna edad tanto valor tenían lo espiritual e imaginativo, no comprendían estas razones prácticas de la experimentada doña Cándida, y todo lo encontraban propio, bonito y adecuado a la doble majestad de la Religión y del Trono... Isabelita Bringas era una niña raquítica, débil, espiritada, y se observaban en ella predisposiciones epilépticas.
Doña Juana aplica a D. Ambrosio, que al fin es su sangre, el criterio que con ella misma emplea, y da por seguro que Isabelita quiere ya de amor a D. Ambrosio y está rabiando por casarse con él. Así se lo ha dicho a D. Gregorio, e Isabelita, llena de miedo, no se atreve a contradecirla, ni menos a declarar que gusta de mí, que yo soy su novio y que he venido a este lagar por ella.
Allí oímos el estrépito y los reniegos, y los tres, más o menos criminales, nos llenamos de consternación. ¡Cielos santos! exclamó doña Juana con voz ahogada: Huya usted, sálveme: mi marido llega. No había medio de salir de allí sin encontrarse con D. Gregorio, sin esconderse en la alcoba o sin refugiarse en el cuarto de Isabelita, que estaba contiguo.
Con un casquete que guardo del año pasado y las cintas aquellas de terciopelo... No me faltan más que un penacho y un marabout de novedad que le pondré al lado derecho, así...». A principios de Mayo, Rosalía tuvo que sustraerse, no sin pena, a aquel delicioso trabajo. El médico había ordenado que Isabelita fuera sacada a paseo todas las mañanas.
Por las mañanas toda la familia bajaba al Manzanares, donde Isabelita y Alfonsín se bañaban. El papá había sacado nuevamente a luz su traje de mahón, y con esto, y el sombrero de paja parecía que acababa de venir de la Habana. Resguardados de la luz por espejuelos muy oscuros, sus ojos sanaban rápidamente, gracias al puntual cumplimiento del plan curativo que le había dejado Golfín.
Corría el 7 de Julio, y sólo faltaban tres días. ¡Por todos los Santos del cielo, por lo que más amase su amiga, le rogaba que...! Rosalía se puso el dedo en la boca, recomendando la discreción. Andaba por allí Isabelita, y esta niña tenía la fea maña de contar todo lo que oía.
Las más pequeñas corrían, enseñando hasta media pierna, y no es aventurado decir que Isabelita Bringas y la sobrina de doña Cándida eran las que más alborotaban.
Lo que le producía esta venta lo guardaba para sí, y el jornal de la semana lo ponía íntegro el sábado en manos del buñolero; pero lo que más le gustaba era entregárselo a Isabelita, diciendo: «Anda, da eso a tu padre.» Los demás aprendices, envidiosos de aquel compañero de quien se hacía más caso que de ellos, comenzaron a tomarle tirria y jugarle malas pasadas.
Palabra del Dia
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