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Carlos se calló, vencido y contento. La madeja estaba devanada, pero el joven permanecía a los pies de su madre adoptiva, apoyado en su butaca como cuando siendo pequeño, venía a que le hiciera mimos. Liette, tiernamente maternal, jugaba distraídamente con los dorados del uniforme. Decididamente, ¿irás a Argicourt? ¿Te da miedo la linda castellana?

Si la misión es difícil, no ha de ocultársete que la tentación es temible: ya lo irás viendo; pero si algo divino y fuerte hay en el hombre, es la voluntad. A todo has de sobreponerte, temiendo más la propia indulgencia: que la ajena censura.

» Mi hijo insistió con voz tremenda el espectro no tiene obligación de saber esas cosas, ni sus padres la tienen tampoco: lo que saben los padres y el hijo, porque son bautizados y no han renegado nunca de serlo, es que hay que bajar la cabeza cuando pasan las iras del cielo, como pasan ahora para castigo de usted. Quien la hizo, que la pague.

¿Y qué conseguiré con esa visita? Agravar el mal en vez de sanarle. No será así: no estás en el busilis. irás allí, y, con esa cháchara que gastas y esa labia que Dios te ha dado, le infundirás en los cascos la resignación, y la dejarás consolada, y, si le dices que la quieres y que por Dios sólo la dejas, al menos su vanidad de mujer no quedará ajada.

Oh! ¡Cuantas saludables lecciones pueden dar estas paredes, cuantos pensamientos elevados no puede inspirar este recinto! La infanta Doña Isabel despues reina de Portugal, revestida de inimitables virtudes, presenta egemplos de grandeza de alma en sus padecimientos, y sobre todo en aquella paciencia heróica que la distinguió. Ella supo vencer la tibieza de su esposo y calmar sus iras.

irás lejos... Te lo digo yo, que he visto de cerca a los grandes personajes. Y pensaba en su hijo, en su Pepín, que ya tenía siete años y llevaba descalabrados a varios chicos de la vecindad. Era un genio asombroso para echar la zancadilla y poner la piedra donde fijaba el ojo. Pepín pertenecía a otra raza: la de su padre. Había nacido para obedecer, para quedarse abajo.

La aprobación de Juanito templó las iras del viejo. No creas por eso que me forjo ilusiones. Esto está muerto y bien muerto. No es culpa de los de allá, sino de la gente de aquí. Se acabó el buen gusto.

Vengan sobre mi cabeza todas las iras del cielo, toda la indignación y todo el menosprecio de ustedes; pero déjenme que implore un poco de misericordia para la desdichada, que no ha cometido otro pecado que el haber nacido de . »Aquella mujer no se ablandaba: quizás no me comprendía; acaso no daba más valor a mis instancias que el que tiene cualquier otro fracaso de casamiento ventajoso.

Su hijo dormía en la cuna el sueño dulce y sereno de los ángeles. La infeliz cayó de rodillas y sollozó largo rato. Levantó la cabeza al fin, y dijo sordamente contemplando al niño: ¡No, no irás al hospicio! Varias comadres, y hasta alguna señora también, se lo habían aconsejado.

Es que oyéndote a ti acaba uno por ver todo color de rosa. ¡Como quieras! ¿pero irás con nosotros, eh?... Ya ves que Lorenzo ha resuelto acceder a mi pedido... y no puedes desairarme... por otra parte, la partida depende de ti y... ¡sin ti no me voy!... e impedirás que el pobre Lorenzo se cure también de sus males que son más o menos los tuyos... ¿Y qué precisión hay en que yo les acompañe?