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Actualizado: 17 de junio de 2025


Con una condescendencia rara en ella, colmaba a aquellas señoras de atenciones y de regalitos, les enviaba frutas de su jardín y flores de su estufa y hasta invitaba a su hijo a unir al envío alguna banasta de caza.

Reunidos, hacían el saludo y rezo, á que asistía el Rey. Las oraciones empezaban, cantando los pajes Ave María; después, por todos Salve Regina. Después un marinero de buena voz invitaba á la compañía á rogar á la Santísima Trinidad que se dignara conducir al Rey á buen puerto y le guardara de mal andar.

Otras veces, despojado del casco y con disfraz de villano, pero dejando adivinar por su gallardo porte la nobleza y bravura de su sangre, llegaba por la noche al pie de la torre y entonaba, acompañándose con el laúd, preciosas endechas en que la invitaba a huir con él por los campos hasta algún castillo ignorado, lejos de la tiranía de su padre y del esposo aborrecido que le quería dar.

Algunos domingos, el Mosco invitaba a comer a Maltrana, anunciándole que vendría de Madrid un hermano suyo, capataz de venta de periódicos, el señor Manolo el Federal, gran personaje entre las gentes dedicadas al comercio de papel impreso. Maltrana le conocía. Era famoso en las redacciones por su lenguaje enrevesado y pintoresco y sus juicios sobre la política.

En casa la hablaba y la mimaba: cuando salía á dar algún corto paseo por el contorno la invitaba para que le acompañase, aunque tuviese que abandonar alguna faena doméstica, le mostraba sus haciendas y comunicaba con ella sus planes de reforma. Nada de esto escapaba al ojo avizor de los campesinos que al paso de ellos se dirigían miradas y sonrisas de inteligencia.

Llevaba muchos meses teniendo que contentarse con la lectura de sus cartas y la contemplación de una fotografía hecha por uno de sus camaradas... Desde entonces asedió á Lacour como si fuese uno de sus electores deseoso de un empleo. Le visitaba por las mañanas en su casa, lo invitaba á comer todas las noches, iba á buscarle por las tardes en los salones del Luxemburgo.

Si ahora sentía Anita cierta pereza de rozarse otra vez con el mundo, se debía a la convalecencia de que en rigor no había salido; pero cuando el vigor volviera por completo ya no la asustaría la acción, el ir y venir; el trabajar en la obra de piedad a que se la invitaba».

Dos fortunas, señor, y sólo por necesidad me veo obligado a defenderme. Y cuando don Eleazar llegaba al fin de su discurso, abría su caja de rapé, invitaba a su interlocutor, y en seguida sacaba de sus profundas faltriqueras un largo pañuelo de la India con el cual se sonaba las narices y se cubría el rostro, para hacer más expresivas sus lamentaciones.

Le invitaba a salir; le llamaba cobarde, uniendo a este insulto otras injurias para la odiada isla donde había nacido. Con irreflexivo impulso, se levantó Jaime de la cama, sonando ruidosamente el jergón bajo el hundimiento de sus rodillas. Al estar de pie, en la obscuridad, con el revólver en la mano, volvió a tenerse lástima por este movimiento y a despreciar a su retador. ¿Por qué hacerle caso?

En los momentos de penuria le salvaba su amistad con una condesa vieja y legitimista que le invitaba a pasar algunos días en su castillo, presentando el seminarista belicoso a su tertulia de gentes graves y piadosas como si fuese un cruzado de regreso de Palestina. El deseo ferviente de Gabriel era ir a París. Su vida en Francia había cambiado radicalmente sus ideas.

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