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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Visita le ayudaba a subir y bajar las escaleras del Banco y los coches de punto, le llevaba los rollos de valores, le tenía por el bastón mientras firmaba documentos o contaba billetes y le echaba la goma a la cartera. ¡Y que no hacía ella estas cosas con poco gozo! La cuitada se juzgaba tan inútil que cuando podía prestar algún servicio su corazón se inundaba de alegría.
No necesitó más la bondadosa anciana, para que se le desbordase la piedad, que caudalosa inundaba su alma; y llevando a la realidad sus intenciones con la presteza que era en ella característica, fue al instante a la tienda de comestibles, que en el ángulo de aquel edificio existe, y compró lo necesario para poner un puchero inmediatamente, tomando además huevos, carbón, bacalao... pues ella no hacía nunca las cosas a medias.
El sol inundaba de luz la magnífica rada; un ligero matiz de púrpura teñía la superficie de las aguas hacia Oriente, y la cadena de colinas y lejanos montes que limitan el horizonte hacia la parte del Puerto permanecían aún encendidos por el fuego de la pasada aurora; el cielo limpio apenas tenía algunas nubes rojas y doradas por Levante; el mar azul estaba tranquilo, y sobre este mar y bajo aquel cielo las cuarenta velas, con sus blancos velámenes, emprendían la marcha, formando el más vistoso escuadrón que puede presentarse ante humanos ojos.
El sol inundaba de luz las soledades del espacio, animando y engrandeciendo el vastísimo paisaje. Largos y monótonos zumbidos de cigarras y de otros insectos voladores poblaban el aire de un sordo y soñoliente murmullo, que convidaba á la siesta. Callaban las aves, adormecidas por el calor, y callaban también los hombres, atentos al deicidio que se preparaba en los cielos.
Ahora... ahora, clavando las uñas en la franela roja del barandal, sentía que el corazón se le inundaba de hiel y veneno: nada, estaba visto que era tonta; ¿por qué no echó la carta en el correo? Pero no; esa miserable y artera venganza no la satisfacía; cara a cara, sin miedo ni engaño, con la misma generosidad de los personajes del drama, debía ella pedir cuenta de sus agravios.
En medio la fuente secular, ancho pilón de ocho lados con surtidor de granito, en forma de alcachofa, del cual salía poderosamente grueso chorro de agua cristalina, que cuando el viento huracanado de invierno le hacía pedazos inundaba las baldosas del contorno.
Los fardos saltaban de la cubierta: caían en el agua, donde los recogían los hombres descalzos y las mujeres con la falda entre las piernas; unos desaparecían por aquí; otros se iban por allá; fue aquello visto y no visto, y en poco rato desapareció el cargamento, como si lo hubiera tragado la arena. Una oleada de tabaco inundaba a Torresalinas, filtrándose en todas las casas.
Nunca se le había aparecido la Reina del Cielo, pero consuelos se los daba a manos llenas; y el espíritu se lo inundaba de luz y de una alegría que no podían obscurecer ni turbar todas las desdichas del mundo, al menos las que él había padecido.
Pero si no fue desaire repetía el Provisor dejándose llevar, y con el rostro hermoseado por una especie de luz espiritual de alegría que lo inundaba. Sí, señor; y de todos modos, desaire o no, yo quiero dar una explicación a mi querida amiga.... ¡Al Espolón!
La luz inundaba vivamente la estancia, que, fuera de cierto abigarramiento ya indicado, estaba decorada con elegancia y era, á no dudarlo, la habitación de un joven de espíritu cultivado y con gustos artísticos. Los cromos de las paredes representaban en su mayoría mujeres hermosas y escenas de amor.
Palabra del Dia
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