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Actualizado: 9 de junio de 2025


Se sube un poco mas y aparecen los bosques de hayas ó variedades de encinas, los matorrales interminables de avellanos silvestres y muchos otros árboles frutales resistentes, como el cerezo. Las legumbres escasean ó faltan, los trigos no medran, reemplazados por el heno; todo va cambiando de aspecto.

La calle principal es muy curiosa por sus dos filas de arcadas interminables, á cuya sombra se ven las tiendas y los almacenes que centralizan toda la actividad comercial de la ciudad. El único monumento importante es la Catedral, pero ella sola vale por muchos monumentos.

Siempre que nos encontramos con estas deficiencias del progreso material, es un deber traer a la memoria, no sólo las dificultades que ofrece la naturaleza, sino también la terrible historia de esos pueblos desgraciados, presa hasta hace poco de sangrientas e interminables guerras civiles.

Don Diego traducía a su mujer los relatos interminables del guarda, pero la impaciencia febril de la enferma quitaba todo encanto a la excursión. La pobre niña no era dueña de misma; pertenecía a la enfermedad y a la muerte próxima. No caminaba nada más que por sentirse vivir, ni hablaba más que por oír su voz.

Difícil era que el personaje no se mostrase satisfecho; y una vez le tomase gusto a ser autor a tan poca costa, repetiría el encargo, dándole ideas para nuevos libros. El le sugeriría el deseo de ser académico, de conquistar la inmortalidad apedreándola con grandes volúmenes de interminables notas que nadie leería. Acababa de encontrar un filón; iba a tener una renta fija.

La traza de los fuegos subterráneos que se descubre por todos lados, sus sombrías rocas plutonianas, jamás fatigan, cual sucede con las interminables dunas de arena ó los sedimentos acuosos de las costas bravas.

El rico chueta avanzaba los labios, poniéndolos en forma circular como la boca de una trompetilla, y aspiraba el aire con ruido fatigoso. Como todos los enfermos, sentía la necesidad de hablar, y sus palabras eran interminables, entre balbuceos y largos descansos que le dejaban con el pecho jadeante y los ojos en alto, cual si fuese a morir asfixiado.

Los que no lo tenían se contentaban con sonreír y aplaudir estúpidamente los chistes de los otros. Se daban interminables bromas a las niñas, sobre los aspirantes a sus respectivas manos, y aquéllas se defendían como de costumbre, con las clásicas respuestas: «No por qué dice usted eso. Le han informado a usted muy mal.

La toma de hábito de la señorita de Elorza, aunque esperada desde hacía algún tiempo, no por eso dejaba de impresionar profundamente. ¡Una joven tan rica, tan bella, tan lisonjeada por todo lo que el mundo tiene de risueño y apetecible! Interminables comentarios se hacían por aquellos días en las tertulias de las tiendas. ¿Pero no decían que estaba ya arreglada la boda con el marquesito?

En las Cuatro Calles, frente a las ruinas seculares de la calle de Sevilla, coronadas ya, como las de Itálica, por el amarillo jaramago, tomó Jacobo un simón para evitar la afluencia, eterna en aquel sitio, de gentes que van y vienen, formando en las aceras cordones interminables de hombres, de mujeres, de niños, cobijados todos aquel día bajo sus paraguas, que remedaban, yendo y viniendo y cruzándose, una larga procesión, una contradanza fantástica de hongos fenomenales.

Palabra del Dia

rigoleto

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