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Actualizado: 1 de noviembre de 2025
No había ido por la tarde al paseo del Prado; incomodábala mucho aquel eterno dar vueltas de los días de Carnaval, expuesta siempre a oír las desvergüenzas que escupen la envidia y la insolencia tras el anónimo de una careta... ¡Cuántas había escuchado ella antes de salir escarmentada!
Pues los hombres se portan como hombres. Vamos a castigar la insolencia de ese pelgar. ¡Vamos! profirió con firmeza el capellán, echando a andar en dirección a su casa. Por ahí no, don Segis. Por donde usted quiera. Los dos clérigos se cogieron del brazo y empezaron a caminar, no sin ciertas vacilaciones explicables, en dirección al café de la Marina.
El adoquinado le enviaba por sus respiraderos la fetidez de unas alcantarillas solidificadas por la escasez de agua; los balcones esparcían el polvo de las alfombras sacudidas; el palacio-quimera se tragaba con una insolencia de rico novel todo el cielo y el sol que correspondían á Ferragut. Una noche sorprendió á sus parientes haciéndoles saber que volvía al mar.
Pero al volver la cabeza cesó repentinamente la alegría del majo al observar que María-Manuela estaba haciendo lo mismo con Antonio. Quedó repentinamente serio, no porque la bravía morena le hubiese tocado en el corazón, sino por la insolencia de Antoñico. Á pesar de los últimos reveses seguía tan puntilloso y delicado. Murmuró un juramento y se acercó de nuevo á la maga.
Burlarse en aquel acto solemne donde se festejaba la regeneración moral y material de Peñascosa, era una insolencia, y como decía muy bien D. Juan Casanova, «no daba buena idea de la cultura de la prensa de Lancia.» No se besaron, pues, aunque D. Gaspar mostró ciertas tendencias a hacerlo, aproximando demasiadamente sus narices color violeta al rostro del aparecido; pero éste lo retiró, dando pruebas de prudencia, pues se hablaba en términos muy graves por Peñascosa de las narices de D. Gaspar.
Muchos de los que presenciaron el suceso habían olvidado la insolencia del Hombre-Montaña para preocuparse únicamente de la finalidad de otra acción suya que les parecía misteriosa.
Lo cómico de esta apología no la salva de lo peligroso. ¡Pues no faltaba más sino que bastase ser genio, o creérselo, para no cumplir con las obligaciones, ponerse por cima de todo precepto y de toda Ley, desechar del corazón todo santo y puro entusiasmo, y hacerse un egoísta frío y repugnante, añadiendo a todo ello la insolencia de asegurar que se es así por devoción y sacrificio costoso al genio mismo, y que más bien que censura, se merece admiración, alabanza y pasmo!
Y murmuró en voz baja: «¡Qué país!, ¡qué religión!» . Pero ¿podréis decirme añadió con aquella insoportable ironía, con aquella insolencia de que hacen uso los incrédulos, con los que creen y están de buena fe , podréis decirme por qué está colgado del techo un cocodrilo, en aquel corredor de la catedral, cerca del patio de los Naranjos, entrando por la puerta a la derecha de la Giralda? ¿Sirve también la catedral de museo de historia natural?
Y los gritos no cesaban: ¡Vamos a desnudarlas! ¡Mueran los ricos! El momento fue horrible; aquello parecía el choque del hambre con la inconsciente insolencia de la hartura. De repente, una de las amotinadas, que estaba en tercera o cuarta fila, comenzó a dar codazos y empellones pugnando por abrirse paso.
Tenía aterrados a muchos de los emigrantes con sus amenazas y explosiones de mal humor. Otros admirábanle por la insolencia con que protestaba a gritos de la calidad del rancho y de todos los servicios del buque, atreviéndose a insultar a los oficiales, que no podían entenderle.
Palabra del Dia
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