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Actualizado: 10 de junio de 2025
Los habitantes de las cabañas y de los pueblecitos corrían hacia el camino, atraídos por esta música ruidosa que parecía venir de las nubes. Aquella noche el profesor Flimnap escribió un largo informe dirigido á sus superiores, en el que relataba la alegría del prisionero, insistiendo sobre la necesidad de proporcionarle diversiones para que gozase de buena salud.
El, que advirtió su emoción, se apresuró a ofrecerle todos los datos necesarios para confirmar la sospecha. Le expuso en un cuadro completo la situación económica de Osorio, insistiendo en lo raro de que sus acreedores aguardaran si no contasen con alguna esperanza positiva, que no podía ser más que la muerte de ella. Entonces aquella infeliz mujer tuvo una frase sublime.
No tenía más que la camisa de finísima holanda, y sus carnes finas resbalaban sobre la seda de la bata de su mamá. Era una bata color azul gendarme que semanas antes había regalado a su hermana Candelaria... «No, no, eso no... quita... caca...». Y él insistiendo siempre, pesadito, monísimo. Quería desabotonar la bata, y meter mano. Después dio cabezadas contra el seno.
Preveía que el viaje iba a ser largo, aunque se guardaba de manifestar esta opinión. Al fin quedó arreglado el equipaje. Entonces permanecieron turbados uno frente a otro sin saber qué decirse, afectando serenidad, insistiendo una y otra vez en tono indiferente sobre pormenores ya resueltos. La emoción que les embargaba advertíase en el timbre velado de la voz, en el leve temblor de las manos.
Eso es una cueva infecta, y los empleados unos infectos, y los que juegan... otros infectos. ¡Todo infecto!... Después de esto se dieron las manos lo mismo que si acabaran de reconocerse. Cuando Miguel, insistiendo en sus buenos deseos, le habló del bombardeo y el desembarco con ametralladoras que llevaba en su imaginación, la duquesa casi aplaudió.
Al volver a su alojamiento veía el oro del Gran Kan, las flotas de Salomón, las riquezas de Marco Polo, tesoros maravillosos en los que algún día hincaría el diente, y esto bastaba para que su ánimo se reconfortase, insistiendo en la demanda... Créame, Ojeda: el dinero es el móvil de las grandes acciones, el compañero de los ensueños sublimes, la última finalidad de los mayores idealismos.
Repasó la historia antigua de la familia, insistiendo sobre los hechos conocidos en que fué triste actor Bernardino Esteven, y en que tan poco airoso papel representó Gregoria; recordó sus miserias de veinte años, las estrecheces soportadas con resignación y valentía, sin que jamás hubieran necesitado pedir limosna a nadie: como se habían bastado a sí mismos, y educado al niño de la casa con el mimo y la holgura de un señorito rico...
Al juez todo se le volvía acomodar a los visitadores, insistiendo mucho en si al marqués de Ulloa le convenía la luz de frente o estaría mejor de espaldas a la vidriera; al mismo tiempo lanzaba ojeadas de sobresalto en derredor, porque le iba sabiendo mal la tardanza de su mujer en presentarse.
Don Víctor se negó, pero el Magistral insistiendo, y con alusiones embozadas al miedo positivo de su compañero, logró picar otra vez su amor propio y le obligó a torcer por la derecha.
¡Lo que ella sabe, don Jaime! decía el muchacho con admiración . Yo ignoro si es guapa. Por ahí dicen que sí; pero a mí no me gusta. A mí me gustan otras de mi edad. ¡Lástima que no estén aún para admitir el festeig!.... Y volviendo a hablar de su hermana, enumeraba sus talentos, insistiendo con cierto respeto en su habilidad para el canto.
Palabra del Dia
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