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Actualizado: 23 de junio de 2025


Y no porque yo crea que no haya verdades que enseñar, sino porque carezco de fe bastante en mi propio saber y en mi autoridad y competencia para empuñar la férula y revestirme de la toga y demás insignias del magisterio. No es, pues, para enseñanza de mis lectores, para lo que publico este libro.

«Nuestras praderas, nuestros bosques dice Darwin, parecen desiertos y vacíos si se comparan con los del mar.» Y en efecto, á cuantos han recorrido los transparentes mares de las Indias, les ha llamado la atención la fantasmagoría que ofrece su fondo, siendo sorprendente en primer término por el extraño cambio que se opera en las plantas y los animales en sus insignias naturales, en su apariencia.

-No es eso -respondió don Quijote-, sino que el sabio, a cuyo cargo debe de estar el escribir la historia de mis hazañas, le habrá parecido que será bien que yo tome algún nombre apelativo, como lo tomaban todos los caballeros pasados: cuál se llamaba el de la Ardiente Espada; cuál, el del Unicornio; aquel, de las Doncellas; aquéste, el del Ave Fénix; el otro, el Caballero del Grifo; estotro, el de la Muerte; y por estos nombres e insignias eran conocidos por toda la redondez de la tierra.

Leonor Cortés, mujer de José Martí de Francisco, alias bruy, negociante de oficio; de edad de sesenta y dos años, natural y vecina de esta Ciudad, reconciliada y presa segunda vez por judaizante relapsa; murió en las cárceles, salió al Auto en estátua con insignias de relajada; leída su sentencia con méritos, fue condenada su memoria y fama y relajada a la Justicia seglar, con sus huesos, que salieron también al Auto y confiscación de bienes por hereje, apóstata, judaizante, relapsa, convicta y confesa.

Desde este día quedas afecto a mi persona en calidad de archipámpano... Mis cardenales gritarán, pero, ¡peor para ellos! ya estoy acostumbrado... Vuelve mañana, al salir de vísperas, y Nos te impondremos las insignias de tu beneficio delante de Nuestro cabildo, y luego... te acompañaré a ver la mula, y vendrás a la viña con nosotros dos... ¿Eh? ¡Ja, ja! ¡Anda, vete!...

Un rato estuvo Ido del Sagrario ante el establecimiento de El Tartera, que así se llamaba, mirando los dos tiestos de bónibus llenos de polvo, las insignias de los bolos y la rayuela, la mano negra con el dedo tieso señalando la puerta, y no se decidía a obedecer la indicación de aquel dedo. ¡Le sentaba tan mal la carne...! Desde que la comía le entraba aquel mal tan extraño y daba en la gracia estúpida de creer que Nicanora era la Venus de Médicis.

Agustín Cortés, mayor, difunto, de oficio que fue negociante, natural y vecino de esta Ciudad, de edad de sesenta y cinco años; reconciliado y preso segunda vez por judaizante relapso; salió al auto en estátua, con insignias de relajado y una caja de sus huesos; leyósele su sentencia con méritos, fue condenada su memoria y fama, relajado a la Justicia y brazo seglar, con sus huesos, con confiscación de bienes por hereje, apóstata, judaizante, relapso, impenitente convicto.

En medio de ella, como magnífico retrato de Claudio Coello, encerrado en su marco, apareció un galán muy bizarro y apuesto, con traje e insignias de capitán, larga espada al cinto, airosas plumas en el sombrero que llevaba en la diestra, rica cadena de oro y veneras que en su pecho brillaban y espuelas, de oro también, asidas a sus amplias botas de camino.

En el silencio de la noche, Gabriel veía iluminarse su mazmorra; hombres con uniforme le empujaban por la escalera hasta una habitación donde le aguardaban otros con enormes garrotes. Un joven de voz melosa, con insignias de teniente y el aire perezoso de los criollos, le hacía preguntas sobre los atentados ocurridos meses antes abajo en la ciudad. Gabriel nada sabía, nada había visto.

Queriendo salir la Fe de Triunfo, no yo como pueda negarle sus victoriosas insignias la más Católica Palma, ni dejarlas ella de admitir para su exaltación con aprecio y con aplauso.

Palabra del Dia

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